Creados para Alegría de Dios


Dios no ha creado nada que no sea para la Alegría del Segador, del Sembrador y del Dueño de la Cosecha (Jn 4:31-37).

Lo que no responde a esa utilidad, no llega a alcanzar existencia en Su Presencia Consciente (apercepción) y permanece en el trabajo de las capas inferiores a la Capa del Cielo, desapercibido a los Ojos de Dios (1Cor 8:2-3, Gn 3:8-10).

Todo lo que vive y pretende justificarse por la ley del juicio, la condena, la protesta por la Bondad Absoluta de Dios que, como el sol y la lluvia, derrama Sus Bendiciones sobre buenos, malos, justos e injustos por igual (Mt 5:43-48, Lc 15:25-32) y, en lugar de ser Alegría para Dios, elige el sufrimiento propio y ajeno de pensamiento, palabra, obra u omisión y la protesta hasta por la pérdida de la sombra de un ricino (Jon 4), se esconde de la Presencia Consciente de Dios en la regiones del llanto y el crujir de dientes[1] ausentes de Dios, perdiendo la Gracia/Kristo (Gal 5:4).

Dios nos ha hecho a Su Imagen y Semejanza: cada uno de nosotros, en su propio mundo, como un Dios ha sido creado[2]. Y todo lo demás es Creación que conforma una Gran Unidad que vibra en nuestra misma frecuencia, tal y como lo somos nosotros mismos en los mundos de otros. Lo que cambia son las propiedades de lo creado y de aquél para quien todo es creado según sean sus propiedades y atributos.

La felicidad sólo puede hallarse en el interior, porque sólo en Dios dentro de nosotros, somos beneficiarios de Su Sabiduría para el Hombre, de Su Ciencia para la Vida y de una Alegría Celestial en la que hasta la comida más simple se hace manjar de dioses (Ecl 2:24-26), porque, en Él, lo más sencillo se hace lo más sublime, incluso cuando nada estamos haciendo, mas que contemplar con un gozo inexplicable la Belleza de Su Creación.

A Dios, lo que no le sirve (ser útil) para recrearse con Alegría en la Belleza de Su Creación, no le sirve para nada. Él ya lo tiene todo. Y ninguna otra cosa podemos ofrecerle nosotros mas que gratitud y ser Su Alegría (Is 65, HA 17:24-28).

Y lo mismo puedo decir yo: Él me lo ha dado todo para Su Alegría, y lo que no me sirve para ser Su Alegría, no me sirve para nada, pues yo ya lo tengo todo, porque Él todo me lo ha dado.

El Hijo de Dios no es el Artífice de la Creación, sino Aquél para quien todo es creado por Obra y Gracia del Espíritu Santo de Dios Padre para la Consumación en la Unidad (Jn 1:1-5, 1Cor 15:28, Jn 17, BG 14:18-19).

Una gota en el océano, teniendo en ella todos los atributos y propiedades del océano, no mueve al océano, sino que es movida y mecida por el océano.

Y, entonces, si el Dios de mi familia espiritual, el Dios de la Fe de Kristo Jesús, el Dios de mi Fe, el Único Dios de Bondad Absoluta Universal, es en nosotros y nosotros en Él (Jn 14:28, 14:11, 10:30), ¿quién contra nosotros? (Rom 8:31-35).

“El Alma se apacienta de aquello que se alegra”[3]. El Alma, que es fracción indivisible de Dios en el hombre[4], aumenta o mengua en nosotros[5] según permitamos que sea perturbada o la protejamos, como a un niño en el regazo de su madre, apartándola del mal y llevándola a donde es confortada por Su Dueño (Sal131). Y, desde dentro, nos dice con voz que resuena como un trueno: “¿sabes qué es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a mí”[6]

Porque somos aquello a lo que permitimos tener Presencia en nosotros, y sólo eso somos[7], “os rogamos, hermanos, que amonestéis a los indisciplinados, que alentéis a los pusilánimes, que socorráis a los necesitados, que tengáis paciencia con todos. Mirad que ninguno devuelva a nadie mal por mal, sino procurad siempre el bien, tanto entre vosotros como para los demás. ¡ESTAD SIEMPRE ALEGRES! Orad sin cesar. Dad en todo gracias a Dios, porque ésta es Su voluntad en Kristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el Espíritu, no menospreciéis las profecías. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno; huid hasta de la apariencia del mal (1Tesal 5:14-22).

Por eso, no existe mantra[8] más alto que éste: yo soy Tu Alegría y Tú la mía.



[3] San Agustín: “Confesiones” – Libro XIII, cap. 27

[4] Teresa de Jesús: “Camino de Perfección” 28:11

[6] Teresa de Jesús. “El Libro de la Vida” 40:1




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