(II) Los Signos de los Tiempos
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Signos de los Tiempos” )
II
Así pues, “por la tarde decís:
‘Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo’; y por la mañana decís:
‘Hoy va a hacer mal tiempo, porque el cielo está rojo y nublado.’ Pues si
sabéis interpretar tan bien el aspecto del cielo, ¿cómo es que no sabéis
interpretar los signos de los tiempos?” (Mt 16:2-3).
Como decíamos al inicio de esta
publicación, el tiempo sólo tiene tres posibles formas de manifestarse: pasado,
presente y futuro. Y, como ocurre con el efecto de la luz sobre las cosas, su
calidad, en cualquiera de sus tres manifestaciones, se presenta con
un signo (puro, impuro u oscuro) que abarca desde el color blanco de
una vida en la Tierra como en el Cielo a cualquiera de las tonalidades que van
desde el gris claro hasta el negro azabache de una vida en la Tierra como en un
infierno[1].
“Sería más propio decir que los tiempos son
tres: presente de las cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente
de las cosas futuras. Porque éstas son tres cosas que existen de algún modo en
el alma, y fuera de ella yo no veo que existan: presente de las cosas
pasadas (la memoria), presente de las cosas presentes (visión) y presente de
las cosas futuras (expectación)”[2].
La calidad/color/signo de
nuestro tiempo depende por entero del Estado del Ser (o del No-Ser)[3]
y, por causa de ese entrelazamiento trinitario indisociable e inevitable, a
pesar de la infinita gama de colores con que puede presentarse, siempre
compartirá el mismo signo en sus tres manifestaciones (memoria del pasado,
visión del presente y esperanza de futuro), y jamás pueden tener signos
contrarios, es decir, aquello que tiene presencia en nosotros compartirá
siempre el mismo signo en la memoria del pasado, en la visión del presente y en
la esperanza de futuro (Lc 6:27-49), pues, presente y presencia
son la misma cosa.
Sólo tenemos capacidad para tener el
pensamiento en uno de ellos al mismo "tiempo", pero las tres posibles
manifestaciones compartirán siempre el mismo signo.
Por eso, “es necesario mantener
el corazón puro de cosas que no sirven para satisfacer a Dios. Hay que
purificarlo de malos recuerdos (y, del mismo modo, de las
preocupaciones del futuro). El corazón del siervo es el tesoro de la
biblioteca de Dios; el Hombre es su guardián. Cualquier otra reflexión que no
sea Dios es un robo y un pillaje. Es necesario cerrarle el camino del corazón”[4],
porque en esto consiste caminar en Su Presencia y Ser Perfecto
(Gn 17:1, Mt 5:48)[5].
Un bucle es una atadura o prisión temporal
(malos recuerdos del pasado o preocupaciones de futuro) en la que los sucesos,
a pesar de no existir en el mundo tangible y, por lo tanto, no ser perceptibles
por los sentidos, afectan (fenómenos) negativamente a los sentidos a través de
aquello que sí es tangible y perceptible en el momento presente, repitiéndose
indefinidamente como consecuencia de un necio ejercicio del libre albedrío,
pues, habiéndonos dado Dios “las llaves del Reino de los Cielos (Verdad que
hace libre de esos bucles temporales y que se encuentra en lo Íntimo del Ser -Jn
8:31-32, Sal 51:8, Mt 6:6-), todo lo que ates en la tierra, será atado en el
Cielo y todo lo que desates en la Tierra, será desatado en el Cielo” (Mt
16:19), de manera que todo lo que permanece atado en la memoria del
pasado o en la preocupación por el futuro permanece atado en el presente,
manifestándose en la forma de percibir lo que verdaderamente tenemos delante,
es decir, la forma en que los objetos de los sentidos afectan a los sentidos y
al entendimiento que es causa de nuestro mundo[6],
pues somos aquello a lo que permitimos tener presencia en nosotros, y
sólo eso somos.
“Cree el ladrón (o el hipócrita, o
el criticón, o el tacaño, o el desconfiado, o el codicioso, o el iracundo, …)
que todos son de su condición” significa que quien comparte esta naturaleza, no
puede olvidar su pasado ni, en consecuencia, puede dejar de temer por su futuro,
discurriendo su existencia en el sinvivir de un bucle temporal que le impide
vivir el presente, que es donde/cuando (continuo espacio-tiempo) se
encuentra el Reino de Dios, porque ese presente permanece atado al pasado o al
futuro y, como consecuencia del entrelazamiento trinitario de las tres posibles
manifestaciones del tiempo, el presente comparte el mismo signo que el pasado y
el futuro, de manera que no hay gusto, sino dis-gusto, no hay gracia, sino
des-gracia, no hay quietud, sino in-quietud, no hay sosiego, sino des-asosiego,
no hay visión del bien, sino del mal, no hay esperanza, sino des-esperanza, no
hay memoria grata, sino recuerdos in-gratos, …
Quien no ha olvidado, no ha
perdonado. Es una
falacia decir que se puede perdonar, pero no olvidar, porque, quien no ha
olvidado, permanece atado al pasado, que determina el signo de su presente y de
su futuro (Mt 6:14-15). No es necesario ningún mal externo (Mt 15:11-20): “la
maldad es cobarde (no es capaz de enfrentarse a su propia iniquidad -Sal
51-) y a sí misma se condena” (Sab 17:10), pues “el Universo combate
por los buenos” (Sab 16:17) y “la
maldad matará al malo” (Sal 34:22), “sin que nada tengáis que hacer
vosotros” (Ex 14:14), impidiéndole vivir su presente en plenitud (sinvivir),
esclavizando a unos mediante el trabajo incesante por un futuro al que temen y,
a otros, mediante el lamento por un pasado del que no pueden salir, que son las
formas en que la Ley creada por Dios para los mundos sin el Dios de la Gracia
que es Bondad Absoluta (amantes del talión, de la crítica mordaz hacia todo el
que no comparte nuestra “sabiduría”, del latrocinio propio de los sin-paz y de
dioses tenebrosos, guerreros, vengativos o destructivos) se cumple a sí misma (Ezq
20:25 y 43) en las existencias infernales en las que: (1) la ira/resentimiento
es la atadura al pasado, (2) la codicia (de toda clase: dinero,
fama, lujos, reconocimiento, propiedades, escalafones sociales y laborales, …)
es la atadura al futuro y (3) la naturaleza engañosa y permanente
insatisfacción de los sentidos y del espíritu es el sinvivir del presente.
Mediante la Gracia de la redención (Mt 5:38-48), sin embargo, adquirimos la capacidad de ver en Hoy un Día Perfecto que podemos vivir siendo Vividos por Dios y en el que las condiciones finales (expectación) e iniciales (memoria) son las de Plenitud de los tiempos en el tiempo Presente (1Jn 1:1-4), esto es, visión o percepción de la Realidad a través de unos sentidos que son afectados por las propiedades puras de lo único que verdadera y realmente existe en lo visible y cuyo origen reside en la calidad y cualidad de lo invisible (Hb 11:3), esto es, el Espíritu.
[2]
San Agustín, “Confesiones”, Libro X, Cap. 20 (26)
[4]
Ibn Arabí: “El Núcleo del Núcleo”, Capítulo 8
[6]
Ver Capítulo “1
(1) Introducción a "Reino de Dios"”