Como a un Dios te he hecho

 


COMO A UN DIOS TE HE HECHO (Ex 7:1, Jn 10:34, Sal 82:6); A MI IMAGEN Y SEMEJANZA, PARA QUE TENGAS DOMINIO SOBRE LA CREACIÓN, LA CULTIVES Y LA GUARDES (Gn 1:26 y 2:15)

   Dios es Espíritu; y los que lo adoran, tienen que adorarlo en Espíritu y en Verdad (Jn 4:24). “Buscad a Dios mientras se deja hallar” (Is 55:6), buscadlo en vuestro interior (Mt 6:6 y 6:33, Is 45:14-15), en Espíritu y en Verdad y abrigando sobre Él solamente pensamientos de Bondad Absoluta (Sab 1:1 y 11:23-26), sin buscar ninguna otra cosa distinta de la Bondad Absoluta que no hace acepción de personas y que, como el sol, brilla sobre todos por igual (Gal 2:6, Mt 5:45, Lc 6:35), dando inagotable fruto del Amor Divino Universal e Incondicionado a todo aquél que lo recibe como Hijo Amado (Jn 1:12).

   Ese Espíritu que es Bondad Absoluta está incesantemente creando Belleza en Cielos nuevos y nueva Tierra para la Alegría (Is 65 y 43:19-21) de quienes desean y se ejercitan en apartar de sí toda visión del mal (Is 33:15-16), porque no buscan otra cosa distinta de la Sabiduría que proviene de la Bondad Absoluta, no voluble ni mimetizable con el exterior, sino mimetizadora del exterior; la que no es dominada por la Creación, sino que tiene dominio sobre ella (Gn 1:26 y 2:15) con independencia de las circunstancias (Jn 8:1-11).

  Y ese Espíritu, aunque aún permanezca oculto, crucificado, muerto y sepultado, está dentro de ti (1Jn 5:10 y 20, 2Cor 13:5) y puede ser resucitado si lo buscas en tu interior con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Mt 22:37, Dt 4:29), pues “para buscar a Dios es mejor buscarle en nuestro interior, porque se le halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas …/… Es excelente meditación pensar en Dios dentro de sí, porque se funda sobre Verdad que es estar Dios dentro de nosotros mismos”, que diría Teresa de Jesús en sus “Moradas” o “Castillo Interior”, “porque es Dios el que percibe y entiende cuando lo buscamos dentro y no fuera”, que diría Agustín de Hipona en sus “Confesiones”, en identidad de Espíritu con Isaías, los Upanishads, el Tao Te Ching o el Bhagavad Guita, y, entonces, “Dios se hace todo en todo” (1Cor 15:8) y al Hijo nada le falta, su copa rebosa y vive envuelto en Dicha y Gracia (Sal 23)[1].

   De ese Espíritu que es Bondad Absoluta testifican todas las Escrituras (Jn 5:39); y sólo de ese Espíritu provienen tanto la Vida Eterna como la Vida en la Tierra como en el Cielo que se manifiesta en una experiencia de vida que tiene capacidad para ver, gozar y alabar la incesante Creación de Belleza para la Alegría del Segador, del Sembrador y del Dueño de la Cosecha (Jn 4:31-37).

   Separados de ese Espíritu (por falta de percepción y entendimiento consciente) no somos nada (Jn 15:4), pero por Él, con Él y en Él, en la Unidad del Espíritu Santo, ese Espíritu que albergas en tu interior es fracción indisoluble de Dios Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente, por participación en la Unidad que ya ha trabajado antes que nosotros y de cuyo trabajo nos hacemos beneficiarios gratuitos por Gracia (Jn 4:38).

   Tú no has de forzar nada en la Creación Perfecta: la Edificación es Suya y ya es Perfecta, como Perfecta es Su Justicia sin que a ti te corresponda legislar ni juzgar ni condenar (Lc 6:37); y nuestra es la Fe en Su Creación Perfecta, pues “la Fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve. Por ella obtuvieron buen testimonio los antiguos. La Fe es la que nos hace comprender que el mundo ha sido formado por la Palabra de Dios, de modo que lo visible proviene de lo invisible” (Hb 11:1-3).

   Y éste es el Espíritu del que San Agustín dice “alábante Tus obras para que te amemos; y amámoste para que te alaben Tus obras”, porque “Dios habita en tu corazón. Y Su poder prodigioso mueve todas las cosas, cual marionetas de sombras chinescas, haciéndolas girar hacia delante en el río del tiempo” (BG 18:61) y “cuando un hombre posee su razón libre de ataduras y su alma se halla en armonía, por encima de los deseos, entonces el renunciamiento le conduce a una región suprema que está más allá de la acción terrena” (BG 18:49), en la que el trabajo del Hijo de Dios se reduce naturalmente y sin esfuerzo a una actividad/naturaleza que es “la paz, la armonía consigo mismo, la austeridad, y la pureza; la benevolencia y la rectitud; la visión, la sabiduría y la fe” (BG 18:42), “la ausencia de temor, la pureza de corazón, la constancia en el aprendizaje y la contemplación sagradas, la generosidad, la armonía consigo mismo, la adoración, el estudio de las Escrituras, la rectitud, la austeridad, la no violencia, la verdad, la ausencia de ira, el renunciamiento, la serenidad, la aversión a la maledicencia, la compasión hacia todos los seres, el sosiego frente al afán y la codicia, la dulzura, la humildad, la firmeza en la Fe, la energía, el perdón, la fortaleza de espíritu, la pureza, la buena voluntad y la ausencia de orgullo” (BG 16:1-3), siendo la Obra de Dios Suya y Perfecta, pues, el Dios/Hijo de Dios, no es el Artífice de la Creación, sino Aquél para quien todo es creado por Obra y Gracia del Espíritu Santo de Dios/Padre, de manera que el Hijo puede decir “mi Padre aún trabaja y yo también trabajo” (Jn 5:17), no obstruyendo Su trabajo: “nada hago por mi cuenta, sino que digo lo que me ha enseñado el Padre. El que me ha enviado está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que le agrada a Él” (Jn 8:28-29). Y no hay quien realice una acción superior ni hombre alguno sobre la Tierra que se más grato a Dios/Padre que aquél que enseña lo que Él le ha enseñado (BG 18:68-69).

   “Ved con vuestros propios ojos qué poco he trabajado yo y qué gran descanso he encontrado” (Eclo 51:27), que, desde que sólo he querido que se haga la Voluntad del Padre y no la mía, he visto que  “el Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en tierra; duerme y despierta noche y día, y la semilla germina, y crece sin que él sepa cómo …/… como el grano de mostaza que, cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las semillas; pero después de sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden cobijarse en su sombra” (Mc 4:26-32).



[1] Ver Capítulo 3 (Libro 1)




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