Todo por A-mor y nada por Te-mor

 


El Bien es Amor al Bien Universal. Y Amar no es "abobamiento"[1], sino trabajo consciente (Jn 5:17) que consiste en hacer y desear conscientemente el Bien Universal (Mt 7:12) en cualquier circunstancia, de modo que no sea nuestra voluntad (siempre e irremediablemente interesada y partidista), sino la infalible Voluntad de la Bondad Absoluta Universal de Dios (Lc 6:35) -por la que el Universo evoluciona conforme a sus condiciones finales[2]- la que actúa a través de nosotros (acción del Espíritu Santo).

“Aquello que debe ser moralmente bueno, no basta con que sea conforme a la ley moral, sino que también ha de suceder por mor[3] de la misma”, porque, sólo cuando esto es así, "la Razón Práctica puede realizar su trabajo de buena gana"[4].

Y ello porque, entendiendo “causa” como Fin/Resultado buscado y perseguido[5],  "la causa está causada por aquello de lo que ella es la causa"[6] y por ninguna otra causa puede ser causada. Luego, aquello cuya causa no es el Amor al Bien Universal, no viene causado por el Amor al Bien Universal, sino por cualquier otra causa distinta de él.

Dios jamás actúa por Te-mor al mal propio o ajeno (mundos de la ley/karma/talión), sino por A-mor al Bien Universal (Reino de la Gracia que es Bondad Absoluta y no relativa). Y esto no le es posible al hombre lograrlo por sí mismo. Tan sólo Dios tiene esa capacidad de actuar siempre por A-mor y nunca por Te-mor (Mc 10:27), porque sólo Dios puede ser Universal y Absolutamente Bueno (Mc 10:18)[7].

Pero el hombre sí tiene capacidad de desear ese Atributo Divino como propio (Sal 51, Lc 6) y de invocar a Dios para que supla sus limitaciones humanas, pidiéndole Espíritu Santo para actuar siempre en beneficio del Bien Universal (Lc 12:12, 11:13, Sal 51:10-12). Esto es la trascendencia en el hombre de su condición animal a su condición divina, la cual sólo es posible por participación y nunca por sí misma (Jn 1:12-13), pues el hombre, por sí mismo, no puede ser causa de lo que no-es.

“Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ezq 18:31), que “Dios da Espíritu Santo a quien se lo pide” (Lc 11:13) quiere decir que, cuando sólo esto deseamos en nuestra vida, entonces, y sólo entonces, somos VIVIDOS POR DIOS (Jn 14:23-24, Col 3:4), pues "sólo las acciones realizadas en Dios no atan el alma del hombre" (Isa Up), de modo que no es lo realizado como sacrificio lo que complace a Dios (Sal 51, BG 18: 24-25), sino lo realizado como Acción Sagrada (BG 18:23, Jn 15:15-17)[8].

Y lo que es realizado como Acción Sagrada es trabajo hecho "de buena gana", porque su actividad es "la paz, la armonía del Ser, la austeridad, la pureza, la benevolencia, la rectitud, la visión, la sabiduría y la fe" (BG 18:42, Jn 14:27, 16:33, Mt 6:33, Gal 5:22-23), esto es, la acción que se realiza en el estado de Dicha Suprema.

Y este trabajo sólo puede ser realizado por Dios en el hombre (Mc 10:27). Ése es el Poder de las Escrituras (Mc 12:24). Ese trabajo es Obra Suya, y no nuestra (Ef 2).

Porque Suya es el alma que tenemos “prestada” durante el tiempo dado a nuestra existencia terrenal, Suya es la Obra por la que, en beneficio del Bien Universal, somos llevados a prados de verde fresco y junto a aguas tranquilas donde Él conforta Su propia alma en nosotros para que, desplegando sus propiedades puras, sea beneficiosa y útil al Bien Universal (Sal 23). Y, del mismo modo, también es Obra Suya alejarnos de todo aquello que la desasosiega y la pervierte (Sab 4:10-15).

Y, por la misma Razón para el hacer y el mismo Espíritu para el querer que Él infunde en nosotros (Filip 2:13),  también es Obra Suya la intercesión del Espíritu Santo que actúa por A-mor y no por Te-mor (Rom 8).

La única obra cuyo mérito nos puede ser atribuido en nuestro ejercicio del libre albedrío es haber aprendido a detenernos antes de pensar, de hablar y de actuar para invocar a Dios (Jn 8:1-11) y escuchar Su Palabra Santa (Jn 8:47) con el Fin de que no se haga nuestra voluntad, sino la Suya, de manera que “nada hago por mi cuenta, sino que digo lo que me ha enseñado el Padre” (Jn 8:28), dejando que la Palabra misma se haga Verbo de la Vida en su acción y efecto (1Jn 1:1-4, Is 65:8-13).

Y esto, queridos míos, no es renuncia al libre albedrío, sino la manifestación más excelsa de su ejercicio[9] por quien, sabiéndose falible y falto de perspectiva universal (Lc 18:9-14, 1Cor 10:12, 2Cor 10:12), y habiendo encontrado ya en Kristo la “piedra filosofal” (HA 4:11) que es el “tesoro escondido” (Is 45:3, Mt 13:44) en “la Verdad en lo Íntimo del Ser en la que Dios revela al hombre Su Sabiduría” (Sal 51:6-8), ya no quiere otra cosa (Mt 13:45-48) y, antes de pensar, hablar y actuar, “busca primero el Reino de Dios y Su Justicia, de manera que lo demás sea dado por añadidura” (Mt 6:33) en beneficio del Bien Universal.

Y lo que es universalmente bueno, forzosamente, ha de ser igualmente bueno para quien lo desea y lo invoca, pues en la Acción Sagrada de quien así desea y busca la forma de hacer el Bien Universal, ninguna necesidad existe de pre-ocupar sus pensamientos con su propio bien particular, porque, en ella, “aunque el mal sea poderoso, su poder no se usará para hacer mal a los demás. No sólo no hará daño a los demás, sino que el mismo sabio estará protegido” (Tao 60 y su reflejo gráfico en Jn 8:1-11).



[1] “Moradas” (Teresa de Jesús): Cap 4:3:11

[3] Diccionario RAE: “Mor”: Afér. de amor. “Por mor de”: por causa de.

[4] “Fundamentación para una Metafísica de las Costumbres” (Immanuel Kant)

[5] Queremos insistir en lo ya apuntado en el Capítulo “El Mandato Krístico” y en el Capítulo11 (I) “Que debes Estar en el Cielo para Ser en la Tierra como en el Cielo” en relación al entendimiento del concepto de causa, extrapolando, a al efecto,  la magistral explicación del profesor Federico de Castro en “El Negocio Jurídico” (Ed, Civitas, reimpresión 2002, pgs. 191-192): “De modo que podría definirse la función que nuestro Derecho atribuye a la causa, diciendo que es: “la valoración de cada negocio, hecha atendiendo al resultado que con él se busca o se hayan propuesto quien o quienes hagan la o las declaraciones negociales”. Vista la causa desde el ángulo subjetivo (supuesto de hecho) será: “lo que se pretende conseguir como resultado social y para lo que se busca o espera (no se ha querido excluir) el amparo jurídico”. Desde el ángulo objetivo o de la norma jurídica, la causa servirá como: “el metro o metros con los que se mide el resultado real buscado con la regla negocial establecida por la voluntad privada”, y conforme al que se determinará la validez o invalidez del negocio y el tipo de eficacia que le corresponda.

[6] “Los Engarces de las Sabidurías” (Ibn Arabí): Cap. 22 “El Engarce en una Sabiduría Íntima en un Verbo de Elías”




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