¿No reconoces a tu Dios?
“Sólo en ti se halla Dios; no
hay ningún otro, no, no hay otro Dios. Sí, en ti hay un Dios escondido”
(Is 45:14-15, Lc 17:21).
"Dios es el que obra en
vosotros tanto el querer como el hacer, según Su beneplácito"
(Filip 2:13): ése es tu Dios. Incluso para los que creen ser ateos, ése es su
Dios.
Estás
gestando un Dios dentro de ti, alimentándolo con cada pensamiento y con cada
elección que haces en la vida (Jn 4:31-42, 8:43-44).
Dios
es Espíritu (Jn 4:24). Dentro de ti hay un Dios escondido que, como una semilla,
génesis u origen del Ser o No-Ser, crece y evoluciona para la
Vida o para la muerte, obrando en ti el querer y el hacer, según sea el
alimento del que se nutre y el entorno que lo envuelve (Gn 2:8-17, BG 15:16,
1Tesal 5:22, Is 33:15-16).
La
vida en la Tierra es como un embarazo (Jn 16:21): según sea
lo que hayas gestado y alimentado con tus pensamientos, elecciones y acciones, de
ti saldrá aquello que te preservará eternamente en la Consumación de la Unidad
del Único Dios de Bondad Absoluta Universal o te devorará a ti y a la
"realidad" que te envuelve, volviendo al polvo para volver a
ser formado, como si jamás hubieses existido.
Tu Dios es ese Espíritu que está al
gobierno de tu razón y actúa como CENTRO DE GRAVEDAD que ejerce una fuerza
de atracción irresistible hacia sí mismo: aquello que buscan tus ojos y tus oídos y en lo
que tu lengua encuentra satisfacción y regocijo a través del habla es tu Dios,
que obra en ti el querer y el hacer.
La razón “razona” para el
cumplimiento de los fines de ese espíritu que la gobierna, pues, aunque lo
ignore por falta de ejercicio de su conocimiento consciente (inercia), es ese
espíritu el que actúa como centro de
gravedad que, como tal, ejerce una
fuerza de atracción irresistible sobre todo su Ser (cuya manifestación
es pensamiento, palabra, obra y omisión), al tiempo que lo aleja de cualquier otro centro de gravedad. Y, precisamente, porque
la fuerza de atracción irresistible que ejerce un centro de gravedad es, a su
vez, fuerza que lo aleja de cualquier otro centro de gravedad, “nadie puede
servir a dos señores a la vez, porque odiará a uno y amará al otro, o bien se
unirá a uno y despreciará al otro” (Mt 6:24)[1].
La dualidad (bondad/maldad,
belleza/fealdad, alegría/tristeza, ...) sólo existe como presupuesto para el
ejercicio del libre albedrío,
esto es, para elegir libremente nuestro propio destino según nuestras
prioridades y gustos.
Existe un Plan Divino Universal
magistralmente perfecto por el cual el Universo evoluciona según sus
condiciones finales: el destino del cosmos es lo que influye en su
comportamiento actual, de modo que, al final, sólo es preservada la vida
de lo que llega a alcanzar pureza absoluta y aquella dualidad que era necesaria
para proporcionar las condiciones para el ejercicio del libre albedrío, deja de
existir.
Este reciente descubrimiento de la
ciencia acerca de la evolución del Universo conforme a sus condiciones finales[2]
no descubre nada nuevo, sino lo que siempre ha existido. Lo único novedoso es
el descubrimiento, pero no lo descubierto.
Todos los Espíritus dan fruto o para
la vida o para la muerte.
El fruto del Árbol de la Vida Eterna
es el único que sirve de alimento para el alma: la Gracia que tiene Presencia de
Dios Altísimo y cuyo fruto/alimento es "amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay
ley" (Gal 5:22-23, BG 18:42).
Y los frutos del Árbol de la Ciencia
del Bien y del Mal son veneno para el alma: la Ley ausente de Dios Altísimo
por la que todo lo que ha de perecer, perece: “adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y
cosas semejantes a estas" (Gal 5:19-21).
Aquello que buscan tus ojos y tus
oídos y en lo que tu lengua encuentra satisfacción y regocijo a través del
habla es tu Dios, que obra en ti el querer y el hacer a través del espíritu
libremente elegido por ti, ya sea consciente o inconscientemente, pero siempre
elegido por ti y por nadie más.
"Dios es Espíritu" (Jn
4:24); y tuyo es el libre albedrío que elige Espíritu para la vida.
Cuando el Espíritu de tu elección es
el Dios que es Bondad Absoluta, verás que ése es el único Espíritu que está
incesantemente creando Belleza en Cielos nuevos y nueva Tierra para la Alegría
(Is 65 y 43:19-21, Sal 23) de quienes sólo eso buscan y se ejercitan en apartar
de sí toda apariencia del mal (Is 33:15-16, Sab 4:12, 1 Tesal 5:14-22).
Y
cuando el Espíritu de tu elección es distinto del Dios que es Bondad Absoluta,
verás que ese Espíritu dirige tu mirada y tus intereses de conformidad con la
corriente de esos mundos a los que gobierna y que se presentan en forma de
invasión diaria de pornografía, noticiarios que se regodean en lo más oscuro de
la condición humana, opulencia, riqueza obscena, celebración de la ordinariez,
de la bajeza televisiva y de la orgía de un consumismo sinfín y desorientado
por tantas falsas necesidades, falsas pre-ocupaciones y endeudamientos absurdos
e innecesarios[3].
Porque queremos insistir en esto: un
centro gravedad no sólo ejerce una fuerza de atracción irresistible sobre sí
mismo sino que aleja de cualquier otro centro de gravedad.
Y quien elige sabiamente, verá con
sus propios ojos cómo el Dios de Bondad Absoluta obra en él de este modo el
querer y el hacer: “porque era agradable a Dios, fue
amado de Él, y como vivía entre pecadores fue trasladado. Se lo llevó para que
la maldad no trastornara su inteligencia ni la perfidia extraviara su alma.
Pues la fascinación por el mal anubla el bien, y el vértigo de la pasión
pervierte a un alma limpia. Llegado a la perfección en poco tiempo,
llenó el espacio de una larga carrera. Y pues su alma era
agradable al Señor, por eso se apresuró a sacarle de un ambiente corrompido. La
gente lo ve, pero no lo comprende ni se da cuenta de esto: que para los
elegidos del Señor hay Gracia y Misericordia, y para Sus santos, protección”
(Sab 4:10-15).
Toda
disciplina conlleva la renuncia a todo aquello que aleje de los fines.
Y esta disciplina no es nuestra,
sino que nos es dada por Dios Altísimo cuando deseamos como propios Sus
Atributos de Bondad Absoluta, pues, para el hombre es imposible, pero no para
Dios (Mc 10:27), porque "sólo Dios es Bueno" (Mc 10:18) y sólo Él
puede "designar, llamar, justificar y glorificar" (Rom 8:30),
dignificando así lo que ha de alcanzar la Vida Eterna (Jn 15:1-2) de modo que
"estemos preparados para toda obra buena" (EF 2:1-10).
Nuestra es únicamente la facultad
para el ejercicio del libre albedrío para la elección del Espíritu que ha de
obrar en nosotros el querer y el hacer.
En "Realidad", ahí se
agota nuestro libre albedrío. Lo demás nos es dado por añadidura (Mt 6:33). Y eso será lo que vean nuestros
ojos, lo que escuchen nuestros oídos, lo que hable nuestra lengua y lo que haga
y escriba nuestra mano (1Jn 1:1-4, Stg 2, Jn 8:1-11).
Manteniendo
Presencia Consciente de ese Espíritu de Dios, Él obrará
en nosotros un querer y un hacer que nos alejará de todo deseo del conocimiento
del mal, pues, en Él sólo y exclusivamente somos instruidos en el Bien
Universal, sin paliativos y sin necesidad de conocimiento de aquello
(el mal) que, por ignorancia de una razón humana a la que su falta de
perspectiva universal le impide el entendimiento de lo Divino, ha de quedar
fuera de nuestra instrucción como discípulos de la Gracia[4].
En el Sal 51 descubrimos quién ha
sido hasta ahora el Dios de nuestra elección y adquirimos certeza y evidencia
de la facultad de elegir libre y sabiamente al Dios que, no teniendo en
cuenta de dónde venimos, sino a dónde queremos dirigirnos con sinceridad de
corazón (Rom 2:11, Gal 2:6), todo lo perdona a quienes quieren
recibirle (Jn1:1-18, Sal 103) para ser formados a Su Imagen y Semejanza
Perfecta (Lc 6:40), haciendo "lo que está abajo como lo que
está arriba y lo que está fuera como lo que está dentro" (Flp 69a,
Sal 23).
[2]
Ver https://www.muyinteresante.com/ciencia/universo-leyes-del-futuro-fin-energia-oscura.html?fbclid=IwY2xjawKGkn1leHRuA2FlbQIxMAABHtVXKpmFJeqjYgpUPSBcpw85Tga2ItiLUe_IZr2ZyqWrzu9KsCmIpj53_LkM_aem_sGotIeiJqHvDSTnbZOnK9Q
[4]
Ver Capítulo “13.4
(III) En Espíritu y en Verdad”
