4 (y III) Sabiduría de Dios para el Hombre y Krística de una Razón Pura

 

   III. Krística de una Razón Pura: de ese haber querido conocer a Dios en nuestro interior y la Verdad en lo íntimo del Ser emana la Vida Krística de una Razón Pura que discurre en el entendimiento de que el transcurso de la existencia del hombre en el mundo no está destinado a ver satisfecha su voluntad particular en el Reino de los Medios, sino a su formación, perfeccionamiento espiritual y dignificación para el Reino de los Fines. El mundo empieza a quedarse sin atractivos materiales que ofrecer al Hombre que renace a esta nueva Vida (Mt 4:1-11) y se comprende como lo que verdaderamente es: “el gimnasio del alma”, medio o necesariedad para la formación de lo necesario en el Reino de los Fines, que es la pureza espiritual del alma que ha de formar una sola cosa (Jn 17) en la región de la Gracia de la que procede la belleza del orden de todo lo eternamente eterno y lo eternamente efímero, y sin la cual sólo existiría caos.

   El atleta sabe que necesita un buen maestro y disciplinarse en el cumplimiento de sus enseñanzas, renunciando a todo lo que le aleje de su fin y haciendo sólo lo que él le dice mientras aprende cómo ha de alimentarse y fortalecerse levantando pesas en el gimnasio y entiende que todo el trabajo realizado en las pesas no revierte sobre ellas, sino exclusivamente en beneficio de quien las levanta y de quienes quieran aprender de él todo lo que él ha aprendido del maestro.

   Krística de una Razón Pura es esa disciplina que no sólo escucha, sino que hace todo lo que su Maestro le dice para poder ser formado (Lc 6:40) mientras aprende que el alma se alimenta de la Sabiduría de Dios y se fortalece en su andadura en el mundo (Jn 17:18), pero sin esperar nada del mundo (Lc 6:27-49), sabiendo que todo el trabajo realizado en el mundo revierte en el fortalecimiento de quien lo hace y de quienes quieran aprender de él todo lo que él ha aprendido del Maestro.

   Toda disciplina conlleva la renuncia a todo aquello que aleje de los fines. Y la primera renuncia que conlleva la vida Krística es la propia voluntad terrenal, pues dimana de una sabiduría adquirida de la experiencia pasada en el mundo y no de la Verdad en lo íntimo del Ser, que empieza a ser descubierta a partir del renacer espiritual: “el que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3:3), y quien nace de nuevo, nada sabe (Gal 6:3 y 1Cor 8:2-3), sino que comienza a saber de Dios mismo, por Él, con Él y en Él.

   Y comprende que lo único que puede pedir a Dios es “concédeme la Gracia de Tu visión pura y dame la Vida conforme a Tu Palabra, pues Tu Palabra es Verdad. Hágase Tu Voluntad y no la mía, pues solo Tú sabes lo que es universalmente bueno y puedes dar a mi existencia el propósito perfecto según Tus designios”. Y esto no es renuncia al libre albedrío, pues el libre albedrío en el hombre es inalienable (Lc 7:30), sino la más excelsa manifestación de su ejercicio: renunciar a la propia voluntad en favor de la Voluntad de Dios, de modo que nuestra elección de la Sabiduría que ha de ser artífice de la Creación en nuestra existencia universal no sea la nuestra, sino la Suya, cuya perfección es Bondad Infinita e Inmutable, Siempre Alegre, Universal y Libre.



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