BUENA VOLUNTAD NO ES DEBILIDAD


Es un grave error confundir buena voluntad con debilidad.

Debilidad es hacer o dejar de hacer algo por temor a los hombres o a las pérdidas materiales o personales, sin consideración alguna sobre las posibles pérdidas espirituales.

Buena voluntad es hacer o dejar de hacer algo por Amor al Bien, sin temor a los hombres ni a las pérdidas materiales o personales, todo ello en aras de la preservación de la ganancia espiritual.

En la Sabiduría de Dios para el Hombre, siempre obramos por A-mor y nunca por Te-mor[1].

Quienes ignoran la Sabiduría de Dios para el Hombre, quedan desconcertados e interpretarán como acto de soberbia la actitud del hombre para quien la Paz de Dios es innegociable[2] y que, en consecuencia, frente a quien no tiene capacidad de recibirla, se dará la vuelta sacudiendo el polvo de sus zapatos (Mt 10:11-14).

“Por esto el Padre me ama: porque Yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que la doy libremente, pues tengo poder para darla y para volver a tomarla. Tal es el mandato que recibí de Mi Padre” (Jn 10:17-18) [3].

El Hombre de Dios no necesita dar la Paz de Dios a quien ya la tiene, sino a quien no la tiene y, por lo tanto, no puede darla (no se puede dar lo que no se tiene).

Pero habrá de darse la vuelta frente a quien muestra absoluta incapacidad y renuencia para recibirla -quienes aman la confrontación y aborrecen la paz-  porque “nadie me la quita, sino que la doy libremente, pues tengo poder para darla y para volver a tomarla” estando, a tal efecto, dispuesto a cualquier pérdida material o personal (Mc 10:23-32), pues quien ama cualquier otra cosa sobre la Paz de Dios, no es digno de esa Paz de Dios que no turba el corazón ni tiene miedo (Mt 10:37, Jn 14:27) ni es llevado a prados de verde fresco y junto a aguas tranquilas por el Único Dios de Bondad Absoluta que puede confortar el Alma y envolverla en Dicha y Gracia (Sal 23).

Así, al confundir buena voluntad con debilidad, la oscuridad de la ignorancia de aquéllos que desconocen profundamente la fortaleza espiritual de quienes aman la Paz de Dios sobre cualquier otra cosa, queda perpleja ante la pérdida de quien le ha dado la vida (su tiempo y sus recursos) durante tanto tiempo sin esperar nada a cambio[4].

Lo que esa oscuridad de la ignorancia desconoce es la implacable fortaleza espiritual de quien está dispuesto a la pérdida de lo que ama, a dejar atrás propiedades, tierras, trabajos, padre, madre, hermanos, …, lo que fuere necesario, con tal de preservar la Paz de Dios, perdonándolo todo, sin llevar la cuenta de nada, permitiendo sólo a los buenos recuerdos tener presencia en la memoria, bendiciendo, deseándoles el bien y amando en silencio desde la distancia, pero en la Paz de Dios.

Y es que, en la Paz de Dios se encuentran las raíces de todo el árbol espiritual del Hombre de Dios Altísimo, en la que descansan la armonía, la austeridad, la pureza, la bondad, la rectitud, la visión, la sabiduría y la Fe (BG 18:42, Gal 5:22-23). Y esa copa del árbol espiritual, la Fe, se muestra de acuerdo con la verdadera naturaleza del hombre (el espíritu o espíritus que gobiernan a su razón). Al hombre lo hace su Fe; aquello que es su Fe, lo es también él (BG 17:3), porque en eso se convierte, ya sea ascendiendo hasta el Altísimo (Col 3:1-2, Katha Up 3) o descendiendo a la naturaleza de los demonios (BG 9:11-12, 16:7-20). La Fe de un hombre es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve (Hb 11:1, Jn 7:7, 8:1-11, Sab 7:20).

Se trata de tender la mano para elevar a la Paz de Dios y la Alegría Celestial a quien las busca y no ha sabido encontrarlas. Pero, del mismo modo, retirarnos de quienes no la buscan ni la quieren y, aún con mayor determinación, de quienes toman nuestra mano para arrastrarnos a las regiones del llanto y el crujir de dientes por cualquier cosa[5], porque sólo en ellas encuentran fascinación.

La misericordia no es entristecerse con el triste, sino contagiarlo de nuestra alegría. Y tampoco es misericordia entrar en cualquiera de los bucles de las ansiedades, deseos terrenales, engaños, des-esperanzas, …, de quienes viven los mundos sin Presencia de Dios Altísimo, dejándonos contagiar por ellos, sino contagiando del Espíritu de Dios Altísimo a quienes quieren salir de esos mundos y alejándonos de quienes no quieren salir de ellos (Mt 10:12-14, BG 18:67-69). Así es el sabio respeto al libre albedrío, y “la salvación del mundo está en los muchos sabios” (Sab 6:24). Así pues, “os rogamos, hermanos, que amonestéis a los indisciplinados, que alentéis a los pusilánimes, que socorráis a los necesitados, que tengáis paciencia con todos. Mirad que ninguno devuelva a nadie mal por mal, sino procurad siempre el bien, tanto entre vosotros como para los demás. ¡ESTAD SIEMPRE ALEGRES! Orad sin cesar. Dad en todo gracias a Dios, porque ésta es Su voluntad en Kristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el Espíritu, no menospreciéis las profecías. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno; huid hasta de la apariencia del mal” (1Tesal 5:14-22), “que ni siquiera se nombre entre vosotros” (Ef 5:3), porque “la fascinación por el mal anubla el bien, y el vértigo de la pasión pervierte a un alma limpia” (Sab 4:12), y tú debes ser primero en la Tierra como en el Cielo para poder Ser en el Cielo[6].




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