12 (Introducción) El Fin y los Medios: “haced esto sin descuidar aquello”

 


Introducción

         El mundo es como un gran piano de cola exultante de belleza y capaz de producir los sonidos más hermosos cuando éstos están perfectamente armonizados. En principio es el mismo piano para todos (noúmeno o cosa en sí misma), pero lo que es distinto para cada uno de nosotros es la forma en que despliega sus propiedades y cómo éstas afectan a nuestros sentidos (fenómeno o modo en las cosas son percibidas para el entendimiento), de manera que para unos interpretará música celestial y para otros un ruido infernal, ensordecedor e insoportable, es decir, nos dará el color blanco de una vida en la Tierra como en el Cielo o cualquiera de las tonalidades que van desde el gris claro hasta el negro azabache[1] de una vida en la Tierra como en un infierno.

         Expresando esta misma imagen desde un punto de vista estrictamente conceptual, “el conocimiento sensible no representa nunca las cosas tal como son, sino sólo el modo como afectan a nuestros sentidos, (pues) mediante este conocimiento no le son dadas al entendimiento, para la reflexión, las cosas mismas, sino que sólo le son dados fenómenos”[2].

         A modo de introducción de los siguientes apartados y de recapitulación de algunas de las cuestiones esenciales que hemos ido abordando a lo largo de los capítulos anteriores, tales como Ley, Libertad, Gracia, conocimiento o desconocimiento de Dios Altísimo, el poder de Dios en las Escrituras, pensamientos con o sin contenido, intuiciones con o sin conceptos, causalidad y causa, vida en la Tierra como en el Cielo o en la Tierra como en los infiernos, cómo el tiempo dado “se viste” para hacerse visible, … y porqué “es tan necesario hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto de la intuición) como hacer inteligibles las intuiciones (es decir, someterlas a conceptos). Las dos facultades no pueden intercambiar sus funciones. Ni el entendimiento puede intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada. El conocimiento sólo puede venir de la unión de ambos”[3], y con el objeto de proseguir en el entendimiento de este “piano” que es el mundo en el que vivimos, de sus propiedades, de eso que hemos llamado arqueología, geometría y metafísica del Ser y las razones por las que el hombre es libre o esclavo en el mundo según sepa o no sepa lo que hace su Señor (Jn 15:15), conviene, en este punto, detenernos en el examen del texto completo del Isa Upanishad[4], Libro Sagrado que, en muy pocas palabras, consigue condensar ese entendimiento del Camino a la Vida Eterna y dar testimonio de la Naturaleza y Consciencia Krística a la que hace referencia Jesucristo cuando dice “escudriñad la Escrituras, ya que en ellas creéis tener vida eterna: ellas testifican de Mí” (Jn 5:39):

         “He aquí el universo envuelto en la gloria de Dios: y todo cuanto vive y se mueve en la faz de la tierra. Dejando atrás lo efímero, halla el gozo en lo Eterno; no ambiciones lo que el otro posee. Obrando de ese modo, un hombre bien puede aspirar a vivir cien años. Sólo las acciones realizadas en Dios no atan el alma del hombre.

         Existen mundos habitados por demonios, regiones de abisal oscuridad. Todo aquél que en la vida reniega del Espíritu, se precipita en esa oscuridad de muerte.

         El Espíritu, sin moverse, es más veloz que la mente; los sentidos no pueden alcanzarlo; se halla siempre por encima de ellos. Permaneciendo quieto, supera a quienes corren. Ese Espíritu de la vida conduce los ríos de acción al océano de su Ser. Se mueve y no se mueve. Está lejos y está cerca. Se halla dentro y, a la vez, fuera de todo.

         Quien ve a todos los seres en su propio Ser, y su propio Ser en todos los seres, pierde el temor por completo. Cuando un sabio ve esta Gran Unidad, y su Ser se ha convertido en todos los seres, ¿cómo va a verse afectado por la turbación y el pesar?

         El Espíritu lo llenó todo con su resplandor. Él es incorpóreo e invulnerable, puro e intacto por el mal. Él es el veedor y pensador supremo, inmanente y trascendente. Él situó todas las cosas en la senda de la Eternidad.

         Quienes van tras la acción, caen en una oscuridad profunda. Más profunda aún es la oscuridad en la que caen quienes van tras el conocimiento. El resultado del conocimiento es uno, y otro distinto el resultado de la acción. Así se lo oímos decir a los ancianos sabios que tal verdad nos explicaron. Aquél que practica ambas, acción y conocimiento, con la acción vence a la muerte, y con el conocimiento alcanza la inmortalidad.

         Quienes van tras lo inmanente, caen en una oscuridad profunda. Más profunda aún es la oscuridad en la que caen quienes van tras lo trascendente. El resultado de lo trascendente es uno, y otro distinto el resultado de lo inmanente. Así se lo oímos decir a los ancianos sabios que tal verdad nos explicaron. Aquél que practica ambas, inmanencia y trascendencia, con la inmanencia vence a la muerte, y con la trascendencia alcanza la inmortalidad.

         El rostro de la Verdad permanece oculto tras un círculo de oro. ¡Descorre su velo, oh Dios de la luz, para que así pueda yo ver la Verdad que amo! ¡Oh sol, dador de Vida progenie del Señor de la Creación, veedor solitario del Cielo! Dispersa Tu luz y retira tu fulgor cegador para que así pueda yo contemplar ésa Tu forma radiante, pues ese Espíritu que albergas en Tu interior no es sino mi propio Espíritu recóndito. Vaya la Vida a la Vida Inmortal, y el cuerpo a las cenizas. OM. ¡Oh, alma mía, recuerda los pasados afanes, recuerda!

         Por la senda del Bien condúcenos a la Dicha final, ¡oh fuego Divino, Dios conocedor de todos los caminos! Líbranos del mal errante. A Ti dirigimos nuestras plegarias y adoración.”

         Retomando la cita de Ef 3:14-20 con la que introducíamos el capítulo 3 (“Arqueología, Geometría y Metafísica del Ser”), podemos decir que: (1) la causa de que el sonido que sale de ese piano sea música perfectamente armonizada o ruido desordenado está en ti; (2) su causalidad está determinada por la cualidad y calidad del Dios en el que crees (según seas politeísta, monoteísta, teísta, deísta, agnóstico o ateo y creas en un Dios infinitamente bondadoso o vengativo y destructor, existente o inexistente, lejano o cercano, luminoso o tenebroso, alegre o iracundo, accesible o inaccesible, nombrable o innombrable, severo o paternal, …); y (3) el progreso de la causa (sucesión de estados de ésta) es la evolución de su tiempo dado en función de la cualidad y calidad de tu conocimiento de ese Dios en tu interior y tu capacidad de ver cómo Su poder actúa dentro y fuera de ti,  esto es, la calidad y cualidad de tu Fe, pues “la Fe de un hombre se muestra de acuerdo con su naturaleza. Al hombre lo hace su Fe. Aquello que es su Fe, lo es él también” (BG 17:3). Así pues, “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1Tesal 5:21); “haced esto sin descuidar aquello” (Mt 23:23).


[1] Siendo el blanco fotorreceptor de la plenitud de todos los espectros de la luz y siendo el resto de tonalidades la manifestación de diferentes grados de privación de la capacidad de fotorrecepción hasta la ausencia total de luz (oscuridad), que es lo que nos explica Jesucristo en Mt 6:22-23 (“la luz del cuerpo es el ojo”).

[2] Prolg: “Primera Parte de la Principal Cuestión Trascendental: ¿Cómo es posible la matemática pura?; Observación III”.

[3] CRP: Doctrina trascendental de los elementos, Segunda parte, La lógica trascendental, I, Introducción, La lógica en general.

[4] Utilizamos en estas publicaciones numerosas traducciones de los Upanishads, pero recurrentemente transcribimos las realizadas por Juan Arnau y, especialmente, por Joan Mascaró (al inglés y traducidas al español por José Manuel Abeleira), que se pueden encontrar en Ed. Penguin Clásicos, por el cuidado y esmero en la musicalidad con que se traducen los textos originales en sánscrito y la profundidad de los prólogos que el propio Joan Mascaró hace en sus publicaciones de los Upanishads y el Bhagavad Guita.





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