13.4 (III) En Espíritu y en Verdad
III. Debemos insistir en esta
Verdad: “Porque era agradable a Dios, fue amado de Él, y como vivía entre
pecadores fue trasladado. Se lo llevó para que la maldad no trastornara
su inteligencia ni la perfidia extraviara su alma. Pues la fascinación por el
mal anubla el bien, y el vértigo de la pasión pervierte a un alma limpia.
Llegado a la perfección en poco tiempo, llenó el espacio
de una larga carrera. Y pues su alma era agradable al Señor, por eso se
apresuró a sacarle de un ambiente corrompido. La gente lo ve, pero no lo
comprende ni se da cuenta de esto: que para los elegidos del Señor hay Gracia y
Misericordia, y para Sus santos, protección” (Sab 4:10-15). A la que
debemos apostillar con este entendimiento:
-
Que “el que procede con justicia y habla
rectamente, el que rechaza ganancia violentada, el que sacude su mano para
no oír planes sanguinarios y cierra sus ojos para no ver el mal, éste
morará en las alturas, roca fuerte será su refugio, se le dará pan y no le
faltará el agua” (Is 33:15-16).
-
Que “la luz del cuerpo es el ojo. Si tu
ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado; pero si tu ojo está
enfermo, todo tu cuerpo estará oscuro. Y si la luz que hay en ti es tiniebla,
¿cuánta será la oscuridad?” (Mt 6:22-23).
-
Que la ley/karma/talión creada por Dios para
“el hombre del mundo” es una ley de naturaleza retributiva (no formativa) por
la que, en definitiva, “con la que medida que midáis, seréis medidos
vosotros” (Lc 6:28), recogida en todos los Libros Sagrados y de la que
Jesucristo no abolió “ni una i, ni una coma” (Mt 5:17-18), perfectamente
justa conforme a leyes de naturaleza universal, en la que Dios no ejerce
Presencia Consciente de ninguna clase, pero que es la Ley de Dios para el mundo
que ordena la existencia de quienes viven “sin Dios en el mundo” (Ef
2:12), y que se cumple a sí misma inexorablemente, de manera que cada uno
recibe o paga “hasta el último céntimo” (Mt 18:21-35) de lo que merecen
sus actos y pensamientos, de forma que lo que ha de perecer, perezca, y sin
que nosotros nada tengamos que hacer.
-
Que su conocimiento imposible[1] no es
cometido del Hombre que dice “Yo voy al Padre”, pues, el propio deseo
de conocer cómo discurren los caminos que llamamos de la “maldad”, es
causalidad de la causa de lo perecedero (Is 7:15-16, Gn 2:16-17).
-
Que la Sabiduría de Dios para el Hombre en una
vida Krística de Una Razón Pura es llegar a conocer y entender que todo lo que
es fruto de la Ley (que es causalidad de la causa de lo perecedero) está
sometido al proceso paulatino de “privación del bien (la vida útil)
hasta lo que de todo punto no es” (dando así a cada cosa la utilidad
temporal perfecta para el todo), pero que Dios no ha hecho nada malo en
ninguna cosa de la Creación, de modo que “cada una de ellas es buena y
todas juntas muy buenas”[2].
-
Que en Dios “nada es de suyo impuro, sino
para el que juzga que algo es impuro, para ése lo es” (Rom 14:14), y
que, al mantener presencia consciente del fin buscado (la perfección en Dios
Altísimo), sabremos elegir con tan poco esfuerzo como en el ejemplo que
poníamos de las naranjas y el estiércol[3],
solamente aquello que sirve de alimento al alma, pues “todo es lícito, pero
no todo es conveniente. Todo es lícito, pero no todo edifica” (1Cor
10:23).
-
Que, para aquello que llamamos “mal”, y que no
es sino la acción de la ley/karma/talión sobre lo que ha de perecer por
privación paulatina de su vida útil, “la maldad es cobarde y a sí misma se
condena” (Sab 17:10), pues “el Universo combate por los buenos” (Sab
16:17), “la maldad matará al malo” (Sal 34:22), “sin que nada tengáis
que hacer vosotros” (Ex 14:14).
Y que, por lo tanto, cuando Dios, al
instruirnos, nos dice que “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos y
Mis caminos no son vuestros caminos. Sí, tanto como el Cielo por encima de la
Tierra se elevan Mis caminos sobre vuestros caminos y Mis pensamientos sobre
vuestros pensamientos” (Is 55:8-9), nos dice, precisamente, que en Él sólo
y exclusivamente somos instruidos en el Bien Universal, sin paliativos y sin
necesidad de conocimiento de aquello (el mal) que, por ignorancia de una razón
humana a la que su falta de perspectiva universal le impide el entendimiento de
lo Divino, ha de quedar fuera de nuestra instrucción como discípulos de la
Gracia.