Los mundos sin Dios (y III)



   Baste citar la siempre imbatible sabiduría de Jesucristo contenida en esta simple parábola del fariseo y el publicano: “A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: <<Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano>>. Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: <<Dios, sé propicio a mí, pecador>>. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18:9-14).

   Y éste y no otro es el sentido de la bienaventuranza del humilde (Mt 5:5); porque sólo éste entiende que es frágil y vulnerable a los ardides de los mundos sin el Dios que es Bondad Absoluta, Providente Universal, Siempre Alegre y Libre, Señor de la Gracia para quienes viven de conformidad con Su Enseñanza (Sal 103) y porque sólo la humildad nos distancia de la soberbia y, por tanto, de acercarnos al borde del abismo, manteniéndonos vigilantes en todo momento, tal y como sabiamente supo aconsejarnos Pablo de Tarso con dos simples reflexiones: “Porque no nos atrevemos a igualarnos ni a compararnos a algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, al medirse por su propia medida y al compararse consigo mismos, demuestran poca inteligencia” (2Cor 10:12), “Así pues, el que crea que está de pie, que tenga cuidado de no caer” (1Cor 10:12).

   Porque, precisamente, no querer entender que “bueno sólo es Dios” (Mc 10:18) porque Dios sólo es Bondad Absoluta (Sab 1:1), es lo que te hace caer en esa ilusoria seguridad de la rectitud de tus actos que te impide ver tus propias carencias. Y es ahí donde te haces vulnerable al poder de la influencia de los mundos sin Dios y sus pensamientos, caminos, distracciones, … hasta que, en definitiva, te conviertes en ese hombre frenético de Nietzsche.

   Sólo hay que ver a dónde llevó la influencia de esos mundos sin Dios a quienes, convencidos de la superioridad de sí mismos y de una raza, pudieron persuadir y movilizar a toda una nación (incluyendo a médicos, filósofos, ingenieros, matemáticos, políticos, … no sólo a la población sin formación) para cometer el mayor genocidio que conoció el siglo XX.

   Sí, los mundos sin Dios existen. Basta con que mires con tus propios ojos (Sal 91) y veas cuántos a tu alrededor viven en “mundos habitados por demonios, regiones de abisal oscuridad” (Isa Up), atrapados en mundos sin Dios porque, viviendo de conformidad con la corriente de esos mundos, que se presentan en forma de invasión diaria de pornografía, noticiarios que se regodean en lo más oscuro de la condición humana, opulencia, riqueza obscena, celebración de la ordinariez, de la bajeza televisiva y de la orgía de un consumismo sinfín y desorientado por tantas falsas necesidades, falsas pre-ocupaciones y endeudamientos absurdos e innecesarios[1], Kristo, que es Sabiduría, Poder y fracción indivisible de Dios (1Cor 1:24) en el interior del hombre, ha sido crucificado, muerto y sepultado bajo un montón de escombros, esperando a ser resucitado.

   Pero, igual que se ha entrado en los mundos sin Dios, se puede salir de ellos: “por eso se dice: despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y te iluminará Kristo” (Ef 5:14), porque quien duerme es vencido por el mundo (Mt 13:25, Gn 3), pero “cuando Kristo, vuestra Vida, aparezca, apareceréis también vosotros gloriosos con Él” (Col 3:4).

   Dios me enseñó que la des-gracia no es sino privación de la gracia, la in-quietud no es sino privación de la quietud, el des-asosiego no es sino privación del sosiego, el in-conformismo no es sino privación del conformismo, el mal no es sino privación del bien, … y que nadie más que uno mismo es responsable de la propia des-gracia, in-quietud, des-asosiego, in-conformismo, mal, … Nunca es culpa de padres, hermanos, cuñados, cónyuges, clientes, jefes, abuelos, nietos, … sino de uno mismo, por necia elección de espíritu para la vida, o lo que es peor, por elección de muchos espíritus conviviendo dentro de la misma persona, dándose bofetadas el uno al otro y gobernado caóticamente a la razón humana para hacer uso del hombre “siguiendo la corriente de este mundo” (Ef 2:1-2)[2]. Por eso no hay Sal 23 sin Sal 51. Pero, del mismo modo, me ha enseñado y he visto con mis propios ojos que del Sal 51 nace el Sal 23.




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