Realidad y Espejismos
Bueno sólo
es Dios (Mc 10:18), porque Dios sólo es Bondad Absoluta (Sab 1:1, 7:22-30,
11:23-26), sin paliativos, sin mancha y sin sombra del mal.
Cualquiera que invoque a Dios con un propósito distinto de la Bondad Absoluta que, como el sol y la lluvia, derrama Sus Bendiciones sobre todos por igual (Mt 5:45), no sabe lo que está adorando ni invocando (Jn 8:22) y no entiende ni su causa ni su causalidad, pues ¿cómo os invocará el que no os conoce? Pues, no conociéndoos, podrá invocar una cosa por otra”[1].
En el Amor Divino Universal, la Causa Única es la Bondad Absoluta, Su Propiedad es la Libertad, Su medio de trabajo es la Naturaleza Pura, y Su Causalidad es entrar en la incesante Creación de Belleza para la Alegría de la que se alimenta la Vida Eterna (Jn 4:31-38, 1Jn 1:1-4).
Cualquiera que, consciente o inconscientemente, invoque a Dios con un propósito distinto de la Bondad Absoluta, no está invocando Su Presencia, sino Su ausencia (Mlq 3:6, Gn 3:9).
En ausencia de Dios/Bondad Absoluta sólo queda una Ley fría y retributiva que, con origen en la imaginación del ojo enfermo, genera espejismos que son reflejo de la impureza y oscuridad del pensamiento, palabra, obra y omisión (Mt 6:22-33) y cuya naturaleza es siempre autodestructiva (1Cor 15:55, Jn 8:24).
En Presencia de Dios no hay espejismos, sino Realidad. Él es la Única Realidad[2].
Yo he creído, he conocido y he visto los espejismos de la Ley y la Realidad de la Gracia. Y porque he creído, he conocido y he visto que en todo momento y lugar de mi continuo espacio-tiempo tengo capacidad para ejercer mi libre albedrío de forma consciente, así hago mi elección: "te basta Mi Gracia, pues Mi Poder se desarrolla en el conocimiento de tu flaqueza" (2Cor 2:19).
Y porque he creído, he conocido y he visto, puedo hablar con conocimiento de causa y de causalidad, y es por eso que ya "nada hago por mi cuenta, sino que digo lo que me ha enseñado el Padre" (Jn 7:7), pues Él, que todo me lo enseña "en lo secreto" (Mt 6:6, Sab 7:22-23, Mc 4:22), me ha mostrado que, haciendo lo que le complace[3], ya sólo hago lo que quiero y no hago lo que no quiero (Rom 7), pues, viviendo únicamente conforme a Su propósito para mi existencia[4], "Dicha y Gracia me envuelven todos los días de mi Vida" (Sal 23:5).