El Poder de las Escrituras
La frecuencia correcta es la
única Fuerza del progreso en el estudio, la meditación, la
oración y la contemplación (1Jn 1:1-4).
La Resonancia es
el fenómeno de incremento de su amplitud, que ocurre cuando la frecuencia
de una fuerza periódicamente aplicada es igual o cercana a una
frecuencia natural del sistema en el cual actúa: “mis ovejas reconocen
mi voz” como la Voz de Dios en su interior (Jn 10:26-30, Rom 8:14-17)[1].
Justamente ése es el
Poder de las Escrituras (Mc 12:24, Sab 4:10-15).
El Espíritu no se
transforma, sino que se amplifica con su igual
(resonancia) y se intensifica con su contrario (rechazo), y es
así como crece, haciéndose mejor o peor (calidad), pero su
esencia (cualidad) es la misma.
Del mismo modo que sólo
el mal mata al mal, el bien es amor al bien, que se
manifiesta en un deseo irrefrenable de unirse a su propia frecuencia
y apartarse de su contrario, hasta que la adversidad deja
de ser necesaria en su formación (Ex 14:14, Sab 17:10, 16:17, Sal
34:22, Mc 10:27-31, 16:15-20, Mt 4 a 7, 10:11-14, Is 32:15-20, 33:15-16, Sab
4:10-15, 1Cor 1:24).
Dios no hace reformas,
porque nadie puede ser transformado, sino que construye todo nuevo,
al tiempo que va demoliendo lo viejo en el hombre, formándolo a Su Imagen
y Semejanza Perfecta (Gn 2:26-31, Lc 6:40): "Yo hago nuevas
todas las cosas" (Ap 21:5). "Nadie echa vino nuevo en odres
viejos, porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres
se pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan”
(Mt 9:17).
¿Y cómo puede el hombre
negarse a sí mismo (Mt 16:24) si no es siendo sustituido por Dios? El
hombre sólo puede ser causa de sí mismo, y por eso le es imposible escapar de
su propio seol. Por eso el "hombre nuevo" no es transformación
del "hombre viejo", sino nacido de nuevo: "Él debe
crecer y yo debo menguar" (Jn 3:30).
El Árbol de la Vida es eterno
y, como el sol y la lluvia, derrama sus bendiciones sobre todos por igual. Sin
embargo, sólo cuando la semilla de su fruto cae en tierra fértil, nace de ella un
nuevo Árbol de la Vida de la misma especie y cualidad que Aquél de Quien
recibió la Vida (Lc 6, Mc 4, Eclo 51).
"Dios da Espíritu
Santo a quien se lo pide". Por eso, "es necesario que
volváis a nacer" con "un Corazón nuevo y un Espíritu
nuevo", siempre alegre y siempre en oración, que, al
ritmo que necesita la semilla hasta llegar a ser árbol, crece con la
Palabra Santa (Lc 11:13, Jn 1:12-13, 3:3, 15:3, Ezq 18:31, 1Tesal
5:14-22, Mc 4:26-32).
Así pues, “no os acomodéis al
siglo, sino renovad la mente para conocer la voluntad de Dios: lo
perfecto” (Rom 12:2). “Escudriñad las Escrituras, ya que
en ellas creéis tener vida eterna: ellas testifican de Mí” (Jn
5:39). “El hombre que rechaza la palabra de las Escrituras y sigue el
impulso del deseo, no alcanza ni su perfección ni la dicha ni la Vía suprema.
Que las Escrituras sean, pues, tu autoridad para decidir acerca de lo que es
correcto y lo que no lo es. Conoce la palabra de las Escrituras y
cumple en esta vida con la labor que has de realizar” (BG 16:23-24). “Entregarse
al estudio es crecer día a día” (Tao 48). “El estudiante que busca y
estudia estas enseñanzas, fomenta la evolución de la humanidad, así como su
propio desarrollo espiritual. El estudiante que las ignora, obstaculiza el
desarrollo de todos los seres” (HH 54); y “la salvación del mundo está en
los muchos sabios” (Sab 6:24).
“Toda Escritura,
divinamente inspirada, es útil para enseñar, para persuadir, para
reprender, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto y esté preparado para toda obra buena” (2Tim 3:16-17). “Examinadlo
todo y quedaos con lo bueno” (1Tesal 5:21); “las páginas
purificadas que contienen los Libros Verdaderos recitados para la
evidencia de la rectitud” (Cor 98:1-3). “Desecha las fábulas
impías y propias de viejas y ejercítate en la piedad. Los
ejercicios corporales no sirven para gran cosa, mientras que la piedad es
útil para todo, pues tiene promesa de la vida presente y de la futura”
(1Tim 4:7-8).
“Un conocimiento tal es el
conocimiento por analogía, que no significa, como se entiende ordinariamente la
palabra, una semejanza imperfecta de dos relaciones entre cosas, sino una semejanza
perfecta de dos relaciones entre cosas completamente desemejantes.
Gracias a esta analogía nos queda un concepto, suficientemente determinado para
nosotros, del Ser Supremo, aunque hayamos quitado todo lo que
pudiese determinarlo lisa y llanamente a Él, y en sí mismo; pues lo
determinamos con respecto al mundo y, por tanto, con respecto a nosotros,
y no necesitamos más”[2].
El Verbo ES Dios: Acción
y Efecto de la Palabra[3] (Jn
1:1-18, 10:26-30, 1Jn 1:1-4, Flp 69a, Rom 8: 14-17, 26-31). Y justamente
ése es el Poder de las Escrituras (Mc 12:24, Sab 4:10-15).
[1] Ver
capítulo “Un
Único Pastor para Un Único Rebaño”
[2]
Immanuel Kant: “Prolegómenos (Ob. Cit.) – Conclusión: de la Determinación de
los Límites de la Razón Pura”.
[3] Ver
capítulo “El
Verbo es Acción y Efecto de la Palabra”