(y V) Los Signos de los Tiempos

 


(Capítulo completo en pdf descargable gratuitamente pinchando en este enlace: “Los Signos de los Tiempos” )

V

En el mundo del Ser humano coexisten, como medio necesario para el ejercicio de la facultad del libre albedrío, el Espíritu de lo Eterno y el Espíritu de lo Perecedero (dualidad). Al Espíritu de lo Eterno pertenece exclusivamente la Naturaleza Divina. Y al Espíritu de lo Perecedero pertenecen todas las cosas de la Creación, ya sean de naturaleza animal, vegetal o mineral.

El hombre viene al mundo en su condición perecedera, que, en el Ser humano es animal. Pero tiene la facultad de poder trascender esa condición y alcanzar la Naturaleza Divina (Lc 11:13) por participación, como Hijo de Dios (Ef 1:3-14).

Primero viene lo terrestre y, luego, si ése es el ejercicio de la facultad del libre albedrío, lo celeste (1Cor 15). Mientras es terrestre, el hombre no comprende nada de lo celeste, aunque puede sentir una atracción irresistible por conocerlo, comprenderlo y alcanzarlo.

Si, siendo ésa su determinación, se entrega a ello “en cuerpo y alma”, quienes permanecen aferrados a lo terrestre no comprenderán su vida ni sus actos, y él, paulatinamente, irá dejando de comprender la vida y los actos de aquéllos y el mundo se va quedando sin atractivos mundanos que ofrecerle. Y quizá ni él mismo comprenda aún, durante un tiempo, la transformación (signo de sus tiempos) que está experimentando su Ser en todos los ámbitos de su vida: en sus gustos respecto de sus amistades, su trabajo, su familia, su lugar de residencia, su noción del tiempo y del espacio, sus aficiones, ...

Pero, “en poco tiempo Dios llena el espacio de una larga carrera” y, dejando atrás lo que no-es, encuentra la Paz de Dios en lo único que es eternamente (Sab 4:10-15). Ha conocido a Dios dentro de sí mismo, en el alma que es fracción indivisible del mismo Dios que habita en el corazón de todas las cosas de la Creación y, ahora, mima y cuida a esa fracción de Dios que es el alma como a un niño en el regazo de su madre (Sal 131), sabiendo que es a Él a quien pertenece, que le ha sido dada para preservarla durante un tiempo, llevándola a donde es confortada y alejándola de donde es perturbada, para mantenerla limpia y sin mancha (lo que sale de dentro como reacción a lo que viene de fuera) hasta el momento en que haya de ser tomada de nuevo por Su Dueño y él con ella.

Ha sabido que quien permite que el alma sea perturbada durante el tiempo dado para su cuidado no puede esperar ser llevado con ella de vuelta a su Dueño y que al que tiene se le dará, y al que no tiene, hasta lo poco que creía tener se le quitará y se le dará al que tiene.

Ha sabido que el alma ha de volver a Su Dueño y que quien pretenda atarla a este mundo, la perderá, pues nadie tiene capacidad para retenerla cuando es llamada por Su Dueño.

Ha sabido que “el mundo” no es la Tierra. El mundo es el modo en la que las propiedades de la Tierra y todo lo que la habita afectan a los sentidos: tu mundo en la Tierra, y que cuando se habla en las Escrituras de que “la amistad con el mundo es enemistad con Dios” (Stg 4:4), se hace referencia a los hombres que habitan la Tierra sin el Dios de Bondad Absoluta en sus mundos, de la misma manera que se dice que el hombre que vive con Dios en el mundo (Jn 17) heredará la Tierra (Is 65).

Se trata de la misma Tierra y de diferentes mundos, según sea como lo conoces ahora o como podrías llegar a conocerlo, pues hay un mundo que es en la Tierra como en el Cielo. Y ése es el mundo que deberías querer conocer y que para el hombre, por sí mismo, es imposible, pero no para Dios (Mc 10:27). Ése es el Poder de las Escrituras (Mc 12:24), que, actuando dentro y fuera del hombre, cambian el signo de los tiempos en quienes, en ellas, buscan a Dios albergando sobre Él únicamente pensamientos de Bondad Absoluta (Sab 1:1).

No puedes entender lo que no has querido conocer, pero, una vez lo conoces, te das cuenta de que lo elemental y más fundamental de toda esa Sabiduría ya se encontraba dentro de ti; crucificada, muerta y sepultada, esperando a ser resucitada, pero se encontraba dentro de ti y que, a partir de esa resurrección, y con fundamento en esa “piedra filosofal” que es “la Verdad en lo íntimo del Ser” (Kristo en el interior del hombre), poco a poco, nos lo enseña absolutamente todo, desde cómo está hecho el mundo y cómo actúan sus elementos, hasta el poder de los espíritus en los pensamientos de los hombres (Sab 7).

Esto es “… ascender hasta las fuentes, que no se conocen todavía, y cuyo descubrimiento no sólo nos explicará lo que ya se sabía, sino que nos mostrará a la vez una extensión de muchos conocimientos que surgen de las mismas fuentes”[1].

El Reino de Dios no viene con espectacularidad, (Lc 17:20), sino que toma forma en el discípulo al ritmo que necesita la semilla hasta ser árbol de la misma especie y calidad de Aquél que le dio la Vida (Mc 4:30-32, Lc 6). Hasta que Kristo, la Pureza de la única vida que llega a alcanzar valor eterno en el Reino de los Fines, sea formado en vosotros (Gal 4:19, 5:22-25), el alma precisa alimentarse en la Bondad Absoluta de la Palabra de Dios (Jn 8:47, 4:32) y fortalecerse en su andadura en el mundo (Jn 17:18)[2].

Pero, una vez que has empezado a andar el Camino de la Verdad y la Vida (Jn 14:6), comienzas a darte cuenta de porqué, aun existiendo en el mismo “lugar” y en el mismo “tiempo”, mientras unos ven caos y destrucción, otros ven brotes verdes en la higuera (Mt 24:32-35) y de que, aunque el “tiempo” y el “lugar” sea el mismo para todos, su signo para el pasado, el presente y el futuro es diferente en cada uno de nosotros.

¿Te das cuenta, pues, de que lo que estás viendo y recordando hoy es, precisamente, el mismo signo de los tiempos de lo que te aguarda mañana?

Vigila tu pensamiento[3] (Mt 16:23), porque, quien duerme, es vencido por el mundo (Mt13:25, Gn 3). Por el contrario, el hijo, entrando en si mismo, recordó quién era y la gloria que tenía junto a su Padre antes de enredarse con las cosas del mundo (Ezq 28:12, Jn 17:5). Y sólo así, manteniendo firmemente en el pensamiento la Verdad que libera de las ataduras de todo lo que no-es, pudo hacer lo necesario para andar hoy, mañana y al día siguiente, el Camino de vuelta a la Casa del Padre, sin permitir que ninguna otra cosa lo desviara de su rumbo. Y el Padre, al verlo desde lejos, corrió hasta él y lo cubrió de besos, diciendo: "este hijo mío estaba muerto y ha vuelto al la vida".

(Lc 15:11-32, 13:33)

(Jn 17:1-5, Ezq 28:1-19, Gn 2, Lc 10:20, 1Cor 15, Gal 4)

Os digo estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulaciones; pero confiad: Yo he vencido al mundo” (Jn 16:33).



[1] Immanuel Kant: “Prolegómenos a toda Metafísica Futura que pretenda presentarse como Ciencia”




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