El Árbol de la Vida (Gn 2:9, Mc 4:26-32)
EL
ÁRBOL ES SIEMPRE DE LA MISMA ESPECIE Y CALIDAD QUE EL DE SU SEMILLA
El Reino de Dios en la Tierra existe, y
quien ha llegado a conocerlo, ve cómo “su misma existencia beneficia a todas
las cosas” (HH15) y en él “son bendecidas todas la gentes” ((Gal
3:8)[1], porque su
SER/ESTÁ siempre en Dios Altísimo y Él en él (Col 3:1-4,
Jn 14:28, 14:11 y 10:30).
Así es el “efecto paraguas” del Árbol de la
Vida que, mientras crece dando fruto para la Vida
Eterna que es alegría del Segador, del
Sembrador y del Dueño de la Cosecha (Jn 17:3,
4:31-38, BG 18:68-69), purifica el aire de todo el ecosistema que, aun desde
la más completa ignorancia o indiferencia, existe temporalmente bajo su abrigo
y anida en sus ramas (Mc 4:26-32).
El Árbol de la Vida es eterno y, como el sol
y la lluvia, derrama sus bendiciones sobre todos por igual. Sin embargo, sólo
cuando la semilla de su fruto cae en tierra fértil, nace de ella un nuevo Árbol
de la Vida de la misma especie y cualidad que Aquél de Quien recibió la Vida
(Lc 6, Mc 4, Eclo 51)[2].