7 (II) La Gracia: Causalidad de la Causa de lo Eternamente Eterno
II. Éste es el Sagrado Corazón del
Hijo de Dios Altísimo, de la simiente de Su semilla, del Árbol de la Vida cuyo
fruto contiene semilla de la misma especie y calidad que la que le dio la vida
desde que nació a la libertad que es causalidad de la causa de lo existenciable
en lo eterno y que, ahora, al crecer no haciendo nada por su cuenta, sino
diciendo y haciendo lo que el Padre le enseña, alcanza la Unidad en el
Reino de los Fines (Jn 17) siendo causalidad de la causa de lo Eterno: la
Gracia amorosa e indiscriminada que es Bondad Infinita e Inmutable, Siempre
Alegre, Universal y Libre. La culminación de la vida Krística de Una Razón Pura
de quien llega a ser perfecto andando el Camino Integral por el que el
discípulo no es superior a su Maestro, pero el que es perfeccionado, llega a
Ser como su Maestro” (Lc 6:40): “camina en Mi Presencia y sé perfecto”
(Gn 17:1) y “en ti serán bendecidas todas las gentes” (Gal 3:8).
Y decimos que ésta es la culminación de ese
Camino de Perfección porque éste es el único propósito del nacimiento a la
libertad de la redención y, por lo tanto, el único propósito de existencia para
el que “Kristo nos ha redimido de la maldición de la Ley” (Gal 3:13):
alcanzar la dignidad de ser existenciado en lo eternamente eterno, el Reino de
los Fines en el que Dios es Presencia Consciente de Sí Mismo y Gracia de la que
emana la Sabiduría de la que depende toda la Creación.
No existe otro propósito divino en esa
liberación otorgada por la Gracia que nos redime del condicionamiento kármico
de nuestra existencia y que nos mantenía encarcelados en el laberinto de la Ley
en la que el hombre no puede encontrar la salida por sí mismo. En el propósito
divino, el Hombre Nuevo ha vuelto a nacer en completa libertad para renunciar a
la Ley que lo hizo esclavo: “para que fuéramos libres nos ha hecho libres
Kristo. Permaneced, pues, firmes, y no os dejéis someter de nuevo al yugo de la
esclavitud” (Gal 5:1-2), porque “un entendimiento es causa del mundo. (Y)
cuando esa determinación de su causalidad se refiere a un efecto en el mundo,
que encierra un propósito moralmente necesario, pero inejecutable para seres de
sentidos, entonces es posible un conocimiento de Dios y de Su existencia” [1].
Y ese propósito moralmente necesario que es la existenciación de los hombres
designados por Dios en el Reino de los Fines es “la propia perfección como
fin que es a la vez deber y la felicidad ajena como fin que es a la vez deber[2].
Y un conocimiento tal es el conocimiento por analogía, que no significa,
como se entiende ordinariamente la palabra, una semejanza imperfecta de dos
relaciones entre cosas, sino una semejanza perfecta de dos relaciones entre
cosas completamente desemejantes. Gracias a esta analogía nos queda un
concepto, suficientemente determinado para nosotros, del Ser Supremo, aunque
hayamos quitado todo lo que pudiese determinarlo lisa y llanamente a Él, y en
sí mismo; pues lo determinamos con respecto al mundo y, por tanto, con respecto
a nosotros, y no necesitamos más”[3].
En otras palabras: “Mas, ¿en qué te ayuda a ti conocer toda esta diversidad?
Conoce que con una simple fracción de Mi Ser penetro y sostengo el Universo;
sábete que YOSOY” (BG 10:42) y que “ya no os llamo siervos, pues el
siervo no sabe lo que hace su Señor; Yo os he llamado amigos, porque os he
manifestado todas las cosas que he oído a mi Padre. No me habéis elegido
vosotros a Mí, sino Yo a vosotros, y os he designado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto permanezca, a fin de que todo lo que pidáis al Padre en
mi nombre os lo conceda. Esto os mando: que os améis unos a otros” (Jn
15:15-17), porque con este único propósito has sido liberado de la Ley: ser
existenciable en el Reino de los Fines, cuya causalidad de la causa es la
Gracia.