Séame dado otro alumno como tú



Veo constantemente al Espíritu Santo aletear sobre la gente, derramando indistintamente sobre ellos Sus Bendiciones, tal y como Dios hace salir el sol y la lluvia sobre todos por igual, y escudriñando sus corazones por si alguno, queriendo recibirlo, quiere limpiar su casa y poner orden en el caos interior, para invitarle a hacer morada en ella con una sencilla pero pura, devota y amorosa ofrenda de bienvenida.

Y, aunque constantemente y con tristeza veo cómo, al ser ignoradas Sus Bendiciones, se marcha silenciosamente, también, en ocasiones, lo veo salir de dentro de aquéllos que han querido recibirlo y en quienes Él ha establecido Su morada.

En esas ocasiones, el Alma, que es fracción indivisible de Dios Altísimo, se mueve dentro de mí dando saltos de júbilo y, sin excepción, me vienen a la memoria los versos de Bécquer que decían:

 

"Hoy la tierra y los cielos me sonríen;

hoy llega al fondo de mi alma el sol;

hoy la he visto …, la he visto y me ha mirado …

¡Hoy creo en Dios!"

 

Y esta sola experiencia rejuvenece mi Aliento Vital en el gozo eternamente renovado con tal intensidad, que puedo decir con total certeza que es verdad que hay más Alegría Celestial por la vuelta a casa de una oveja perdida y hallada que por el resto de ovejas que ya estaban en el rebaño.

Esta Alegría Celestial no puede explicarse de ninguna manera. Esta Alegría Celestial sólo puede vivirse en el Espíritu y ser celebrada en la intimidad con Dios; en lo secreto. Y, aunque sólo ocurra en ocasiones, es suficiente para seguir andando el Camino hoy, mañana y al día siguiente.

Maestro sólo es Dios, porque sólo Dios es Bueno. Los demás sólo estamos para enseñar que Maestro sólo es Dios y compartir, como discípulos, todo lo que vamos aprendiendo de nuestro Maestro. Y Él, que conoce mis necesidades antes de que yo nada le pida, para que no desfallezca en el cumplimiento del mandato que he aceptado libremente y en el que obstinadamente tengo puesta toda mi determinación, aunque falle torpe y miserablemente una y mil veces, me regala la Dicha de participar de esa Alegría Celestial.

Y, entonces, como les ocurrió a Lao Tse, a Nachiketas y a los discípulos de Jesucristo que escuchaban en Su Enseñanza la Voz de Dios que resonaba en su interior[1], escucho estas sublimes palabras: "ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe lo que hace su Señor. Os llamo amigos porque os he manifestado todas las cosas que he oído a Mi Padre y vosotros habéis querido recibirlas. Séame dado hallar otro alumno como tú". Y yo, como Arjuna o Tomás, puedo decir: “Señor mío y Dios mío; por Tu Gracia he recordado mi luz, desapareciendo con ello mi engaño. Ya no tengo dudas; firme es mi Fe; y bien puedo decir ‘hágase Tu Voluntad’”. ¿Qué más podría pedir?

(Gn 1 y 2, Mt 5 a 7, HA 17:24-28, Rom 8:26-31, Jn 14:25, BG 9:26, Jn 1:1-18, 1Jn 1:1-4, Sal 131/Lc 1:39-45, Lc 15:1-10, Ap 12:12, Mt 6:6, Mt 13:44-52, Lc 13:33, Mc 10:18, 16:15, Mt 6:8, Hb 12:12, Jn 10:17-18, 8:28, 15:1-17, 17:1-26, Tao 6 a 8, Katha Upanishad 2, BG 18:73)

 



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