14.1 (III) Razón adversa y Razón propicia

 


         III. En relación a la perplejidad que ocasiona a la razón humana enfrentarse a las cuatro proposiciones de tesis y antítesis para la búsqueda de respuestas a sus necesidades metafísicas, escribía Kant como nota a pie de página que “por eso me gustaría que el lector crítico se ocupase principalmente de esta antinomia, porque parece que la naturaleza misma la hubiera erigido para dejar perpleja a la razón en sus pretensiones temerarias, y para obligarla a examinarse a sí misma. Estoy dispuesto a responder de cada una de las pruebas que tanto de las tesis como de las antítesis he dado, y a demostrar, con ello, la certeza de la inevitable antinomia de la razón”. Porque sólo conociéndose a sí misma puede la razón llegar a saber si pertenece a los doctores de la Ley que frustran el plan de Dios para con el hombre (Lc 7:30) por causa de una razón humana que, al creerse a cargo del gobierno del Ser (Mt 16:23), le es adversa y no aliada, y, en tal caso, negarse a sí misma en esas atribuciones que, como gobernante del Ser, están más allá de sus límites y competencias y así poder “darse la vuelta” para ser sustituida por el Espíritu de Dios Altísimo en el gobierno del Ser[1], “volviendo a ser como niño” que es VIVIDO POR DIOS (Mt 18:3-4), pues sólo Él sabe dar a la razón su funcionalidad correcta y, por tanto, pura, vivificándola para “la justicia, paz y gozo” (Rom 14:17), de manera que, puesta al servicio del Espíritu Santo, “mi corazón se alegra, mis entrañas retozan y mi carne descansa tranquila” (Sal 16:9).

         “La generación mala y adúltera pide una señal, y no le será dada otra señal que la del profeta Jonás” (Mt 12:39). Y la señal del Libro de Jonás consiste en que, después de que éste viviera en las regiones del “llanto y el crujir de dientes” que es la quejumbre, hasta por verse privado de la sombra de un ricino, y por desear que “cayera el peso de la Ley” sobre los que él consideraba malvados a pesar de su arrepentimiento y conversión, Dios le dice que “tú te afliges por un ricino que no te ha costado fatiga alguna y que no has hecho crecer tú, que en una noche ha brotado y en una noche ha muerto, ¿y no voy a afligirme Yo por Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que aún no tienen uso de razón y una gran cantidad de animales?” (Jon 4:10-11).

         Ninguna criatura de este mundo tiene en su razón la facultad de conocerse a sí misma y, por ende, al espíritu que la gobierna, excepto la razón humana. Es un atributo exclusivo del hombre. Ningún mérito existe en el trabajo que realiza la razón en su incesante procesamiento de algoritmos para cumplir los dictados del espíritu que la gobierna en las demás facetas de la vida animal/carnal del hombre, tal como ningún mérito existe en el trabajo que realizan las células del riñón para cumplir su función o las neuronas en la sinapsis neuronal. El único mérito que puede atribuírsele a la razón es el correcto ejercicio del libre albedrío en la elección de espíritu que la gobierna, eligiendo Espíritu Santo como único que le permitirá trascender su condición animal y vivir su existencia conforme al propósito predestinado por Dios. Y sólo a esa utilidad de la razón humana llama Dios “tener uso de razón”, que es lo contrario a ser usado por la razón como cualquier otra criatura animal de la creación.

         Dios me enseñó que la des-gracia no es sino privación de la gracia, la in-quietud no es sino privación de la quietud, el des-asosiego no es sino privación del sosiego, el in-conformismo no es sino privación del conformismo, el mal no es sino privación del bien, … y que nadie más que uno mismo es responsable de la propia des-gracia, in-quietud, des-asosiego, in-conformismo, mal, … Nunca es culpa de padres, hermanos, cuñados, cónyuges, clientes, jefes, abuelos, nietos, … sino de uno mismo, por necia elección de espíritu para la vida, o lo que es peor, por elección de muchos espíritus conviviendo dentro de la misma persona, dándose bofetadas el uno al otro y gobernado caóticamente a la razón humana para hacer uso del hombre “siguiendo la corriente de este mundo” (Ef 2:1-2).

         La diversidad de la fauna humana es exactamente igual a la de la fauna animal, y por eso le dice Dios a Adán “ponles nombre a los animales” (Gn 2:19-20), para que puedas conocer el espíritu que gobierna el querer y el hacer en ti mismo cuando no es el Espíritu Santo que Dios ha designado para el Hombre (1 Sam 16: 22-23). Y la razón, quiera o no quiera, es usada para formar los algoritmos necesarios dentro de esas infinitas combinaciones de categorías y juicios para dar cumplimiento y satisfacción a los dictados de ese espíritu que la gobierna: desde el perezoso al castor y desde la oveja al lobo.


[1] Ver Lib 1, Cap 6:V: “La Gracia: Causalidad de la Causa de lo Eternamente Eterno”.





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