Como un niño en el regazo de su madre



Trata a tu Alma como a un niño en el regazo de su madre, queriendo alejarla de lo que la perturba y llevarla a donde puede ser confortada, alimentándola con lo que le alegra y no con lo que la desasosiega (Sal 131, 51, 16, 23), porque el Alma es fracción indivisible de Dios en el hombre, que crece o mengua según sea confortada o perturbada (Jn 3:30, Ibn Arabí, Santa Teresa, San Agustín, Jn 16:20-22, 1Tesal 5:12-22) y eso bueno que quieras para tu Alma, Ella lo hará (Sab 4:10-17, Jn 14:12-14).

Y, luego, en esa Paz de Espíritu, trata a los hombres como quisieras que Dios te tratara a ti, aunque ellos te traten a ti como tratan a Dios (Sab 11:23-26, Lc 6).

Nada llega a ti si tú no lo has atraído PRIMERO.

Y la Gracia de Dios da fruto en nosotros, PRIMERO, porque deseamos de corazón llegar a ser la Alegría de Dios (Mt 5 a 7) y, LUEGO, porque queremos compartirla, dándola a conocer a todos por igual y enseñándola a quien quiere darla.

Y a quien quiere llegar a ser la Alegría de Dios Padre (Mt 5 a 7), Dios lo hará un dios hijo de Su Alegría (Is 55 y 65, Jn 1:1-18, 4:31-42, 10:34, 16:20-22).

Por eso, busca PRIMERO el Reino de Dios y Su Justicia, y lo demás te será dado por añadidura (Mt 6:33).

Cuando el hombre trata a su Alma como a un niño en el regazo de su madre, Dios le da a su existencia una Vida tan sublime (1Jn 1:1-4) como la del pescador de este poema (Sab 16:28, 12:7, 11:23-26, 6:11-21, 7:1-30, 4:10-17):

 

“Se levanta temprano, con la Aurora,

y se dirige a la playa aún de madrugada,

buscando ávido su barca amada

que será acariciada por las olas.

 

Ordena con amor los aparejos,

como el novio a la novia, en un arrullo,

y el mar, con su monótono murmullo,

balancea otras barcas a lo lejos.

 

La brisa juega alegre y mañanera

con la cálida luz, tímidamente,

mientras la rubia playa luce entera

y radiante bajo el sol naciente.

 

El pescador arrastra su barquita

hacia la orilla de rizada espuma

que, junto al tibio mar, se suma

a otras barcas que se mecen queditas.

 

Hacia adentro va gallardo el pescador,

sacando bríos para la jornada,

sin importarle las cornadas

del viento, el mar o el sol.

 

Y Dios, conocedor de sus afanes,

le premia con amor por sus desvelos

y a un mando de Su Voz caen del Cielo

a la red los peces a millares”

 

(Donina Romero: “Ojos y Alma”)

 




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