LA OFRENDA DEL ALIENTO VITAL COMO ACCIÓN SAGRADA
“Antes
de que el polvo vuelva a la tierra como vino, que el aliento se torne a Dios,
que lo dio” (Ecl 12:7)
El sabio del silencio cierra las puertas de su Alma y,
asentando su mirada interior entre las cejas, mantiene estable el flujo y
reflujo de su respiración. Y así, con la vida, la mente y la razón en armonía,
disipados el deseo, el temor y la ira, todo se
aquieta y alcanza la liberación definitiva. Él me
conoce: Dios de los mundos que acepta las ofrendas
de los hombres; Dios amigo de todo. Él me conoce y alcanza la Paz (BG 5:27-29).
"Escudriñad las Escrituras, ya que en ellas
encontrareis Vida Eterna y todas ellas testifican
de Mí" (Jn 5:39).
De este Conocimiento y Dominio del Aliento Vital (Gn 1:26 y 2:7-15) como
Ofrenda humilde que es Acción Sagrada (Karma Yoga)
vienen la Concentración y la Meditación Sagradas (Raj
Yoga), la Sabiduría de Dios para el Hombre (Jnana
Yoga) y el Amor del Único Dios de Bondad Absoluta
Universal que es el Bien para el Todo sin sombra del mal (Bhakti Yoga).
(Lc
12:12, BG 12:12)
Negarse a sí mismo es no actuar hacia el exterior por cuenta propia, sino hacia
el interior, escuchando a Dios, y no al mundo, antes de hablar y de actuar (Jn
8:47, 8:1-11, Mt 10:12-14), de manera que sean las Obras de Dios, y no las del
hombre terrestre y mortal, las que hayan de resplandecer ante nuestros ojos por
Amor al Bien Universal (Mt 16:23-28, Is 55:8-13, Jn 9:3, 1Jn 1:1-4). Y de esta
Acción Sagrada emana la Creación de una Realidad cuyos frutos son un estado de “amor,
gozo, paciencia, benignidad, bondad, fe , mansedumbre, templanza, …; y contra
tales cosas no hay Ley” (Jn 14:27, BG 18:42, Gal 5:22-23).
Y, así, tal y como el árbol jamás
da fruto para sí mismo, la Gracia que todo lo puede (Lc 6:27-49) proviene de
esta Acción Sagrada, de modo que “llamamos renunciamiento a la renuncia a los
actos egoístas; y, lo que llamamos abandono es, por otra parte, la entrega del
fruto de toda acción” (BG 18:1), de manera que nuestra actividad sea, en sí
misma, trabajo realizado de buena gana[1] y, por tanto, la mayor de
las recompensas, pues de ella vienen la Alegría Celestial y la Paz de Dios que
no turba el corazón ni tiene miedo.
Así es la Dicha Suprema que envuelve la Vida en la Tierra del Hijo que, antes de hablar y de actuar, entrando en sí mismo, va a su Padre Celestial en el Tiempo Dado en Espíritu y en Verdad.
(Jn
8:1-11, 4:24, Lc 15:17-20, Eclo 51:30)