4.4 Unidad: el Secreto de la Creación Universal del Hijo de Dios

 


   Cuando un hombre ve que el Dios que tiene dentro de él es el mismo Dios que hay en todo cuanto es, no se daña a sí mismo dañando a otros: entonces se halla verdaderamente en la senda de la Vía más alta[1]. Por tanto, si una persona parece malvada, no la abandones a su suerte. Hazla despertar con tus palabras, elévala con tus actos, responde a su maldad con tu amabilidad[2].       Quien conoce la Verdad viaja sin dejar rastro, habla sin hacer daño y da sin llevar la cuenta. Actúa con Sabiduría y ayuda imparcialmente a todos los seres sin abandonar a ninguno. Hazlo sin excepción. A esto se le llama seguir la Luz[3].

   Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas[4].

   Existen dos posibles caminos para ti. El primero es el camino de la aceptación: afirma a cada uno y cada cosa. Extiende libremente tu buena voluntad y tu virtud en cualquier dirección, cualesquiera que sean las circunstancias. Acepta de corazón todas las cosas como parte de la Unidad Armoniosa, y entonces empezarás a percibirla. El segundo camino es el del rechazo: reconoce que todo lo que ves y piensas es una falsedad, una ilusión, un velo sobre la verdad. Quita todos los velos y llegarás a la Unidad. Aunque estos caminos son totalmente diferentes, te conducirán al mismo lugar: la conciencia espontánea de la Gran Unidad. Una vez que llegues a ella, recuerda: ya no es necesario luchar para mantener la Unidad. Todo lo que tienes que hacer es participar en ella[5].

   Como el sarmiento de sí mismo no puede dar fruto si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer[6]. Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo quita, y al que da fruto lo limpia, para que dé más[7]. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y se os concederá[8].


[1] BG 13:28

[2] Tao 62

[3] Tao 27

[4] Mt 22:37-40

[5] HH 48

[6] Jn 15:4-7

[7] Jn 15:1-2

[8] Jn 15:7





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