13.2 (III) En Espíritu y en Verdad

 


         III. Para poder entender lo que puede Ser el hombre en cada uno de los días de la Creación, conviene que recordemos lo que decíamos al principio de nuestras publicaciones[1]: “Dios es el Creador Sublime de cada día”[2], el Único y Perfecto Optimizador de todos los recursos de Sí Mismo. “Conoce, pues, que la naturaleza es Maya, pero que es Dios quien gobierna Maya; y que todos los seres en nuestro Universo son partes de Su infinito esplendor. Él es el Señor de todos que, oculto en el corazón de las cosas, custodia el mundo del tiempo” (Svet Up). “Así pues, amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2Pedro 3:8). “Quienes saben que el vasto día de Brahma, Dios de la Creación, dura siempre mil eras, ellos en verdad conocen el día y la noche” (BG 8:17). “Aprende, por tanto, acerca de un tiempo de luz en el que los yoguis van a la vida eterna y de un tiempo de oscuridad en el que se vuelve a la vida en la tierra (BG 8:23), y elige sabiamente, pues “nosotros debemos hacer las obras del que me ha enviado mientras es de día, y cuando viene la noche, nadie puede trabajar” (Jn 9:4).

         Entiende bien ahora qué ocurre en cada uno de esos días de los que Dios es el Creador Sublime para el hombre:

-         “Al final de la noche del tiempo, todas las cosas regresan a mi naturaleza; y cuando el nuevo día del tiempo comienza, vuelvo a traerlas a la vida. Es así como mediante mi naturaleza saco a la luz a toda la Creación, y ésta gira dando vueltas en los círculos del tiempo. Mas Yo no me veo atado por esta vasta obra de Creación. Soy y contemplo el drama de las acciones. Contemplo y, en su labor de Creación, la naturaleza produce todo cuanto se mueve y cuanto es inmóvil: y es así como gira y da vueltas el mundo” (BG 9:7-10).

-         Nosotros, al final de cada día “morimos” para volver a “nacer” al día siguiente, ya sea en nuestra condición animal o espiritual, terrestre o celeste (1Cor 15, Svet Up 5, BG 2:22), en función de que el espíritu que gobierna nuestra razón sea Espíritu de lo Eterno, incorruptible e inmortal o espíritu de lo perecedero, corruptible y mortal (1Cor 15, BG 15:16).

Y en “la anchura, la longitud, la altura y la profundidad” con que la inmanencia y las acciones ponen de manifiesto nuestra trascendencia en Dios y nuestro conocimiento de Dios, podemos ver, cada día, cuál es el estado y dirección del progreso del hombre interior y, por lo tanto, qué espíritu progresa en nuestro Ser, obrando su poder dentro y fuera de nosotros (Ef 3:14-21), o, ignorando esta contemplación sagrada, seguir viviendo por inercia y  permanecer completamente ciegos a ello sin abandonar nuestra condición animal.


[1] Lib 1, Cap 6:IV

[2] TU: Cap 6





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