III. En la máxima sufí que fundamenta la comprensión de Dios en el hombre, del hombre en Dios y del sentido de su existencia en el mundo en la máxima de que “quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor” y su lectura a contrario sensu , podemos ver que, si es el hombre quien prescribe su ley universal a sí mismo y, en consecuencia, al mundo que conforma todo su Ser, quien no se conoce a sí mismo legisla a lo loco y se hace víctima de su propia ley, pues no conoce a su Señor (que es su ley universal, lo sepa o no lo sepa, lo quiera o no lo quiera, lo crea o no lo crea y le guste o no le guste) y, por tanto, no comprende al mundo ni a su propia existencia. Es esclavo de una ley que desconoce y, por así decirlo, es sancionado una y otra vez, pues, de todos es sabido que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, máxima indiscutible en todos los ordenamientos jurídicos y, por tanto, no es Señor de su propio mundo, sino esclavo de él y, entonces, los versículos antes c