14.3 (III) Razón adversa y Razón propicia
III. Por eso dice el apóstol
Juan que “quien cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo”,
pues, a través de quienes no han buscado su propia Gloria (ni en la enseñanza
ni en el aprendizaje), sino la de Dios Altísimo, “sabemos también que el
Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al
Verdadero; y estamos en el Verdadero, en Su Hijo, Jesucristo. Éste es el Dios
verdadero y la vida eterna” (1Jn 5:10 y 20). “Juzgaos a vosotros mismos
si estáis en la Fe; examinaos vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo
está dentro de vosotros? A no ser que estéis descalificados” (2Cor 13:5).
Y es por esto que, quien finge buscar
ser complacencia de Dios Altísimo, pero esconde en su interior otros propósitos
distintos de los propósitos puros de Dios para el Hombre existenciable en el
Reino de los Fines, jamás encontrará Maestro y deambulará de un lado para otro
sin rumbo fijo, siendo ésta su adversidad retributiva. Y ésta no es Bendita
Adversidad (formativa), sino permanencia en la maldición de la oscuridad de la
ignorancia y de la confrontación dialéctica de quien no sale de los límites de la
razón humana (Mt 16:23), tanto de falsos guías como de falsos discípulos, pues “¿puede
un ciego guiar a otro ciego? ¿no caerán ambos en el mismo hoyo?” (Lc 6:39).
Es
por eso que, aunque el Hijo sea la forma visible del Nombre del Padre por
acción del Espíritu Santo en el Ser que es Uno y Trino (Gal 4:14), no puede ser
percibido en ese Nombre, en esa Forma y en ese Espíritu por aquéllos cuya razón
sirve aún a un espíritu inferior/infernal (BG 9:11), pues su entendimiento
espiritual está embotado y velado (2Cor 3:14) por el
discurrir de una razón humana que no sabe lo que hace su Señor. ¡Pero puede
ser despertado! (Ef 5:14).
Como
venimos diciendo, ninguno de esos espíritus es malo en sí mismo. Todos los
espíritus son de Dios, y todos son buenos: el del conejo, el de la rata, el del
toro, el de la ardilla, el del rinoceronte, el del chimpancé, el del tigre, el
de la urraca, …, pero todos ellos se hacen malos en el hombre por no poder
responder en él a la pureza de su causa/fin, conduciendo al hombre a “la abominación de la desolación puesta
donde no debe”, desde la que el
hombre que vive en el Espíritu Santo, guiado por “los
gemidos inefables del Espíritu”,
escuchará la Sabiduría de Dios que le dice que “entonces,
los que estén en Judea huyan a los montes, el que esté en la terraza, no baje
ni entre en casa para tomar nada; y el que vaya al campo, no regrese a por su
manto” (Mc 13:14-16). En otras
palabras, y citando fuera de contexto a Napoleón en su desastrosa campaña rusa,
en la Sabiduría de Dios, “una
retirada a tiempo es una victoria”,
mientras que permanecer en la confrontación sólo es estúpida bravuconería de
quien, no habiéndose negado a sí mismo y, por tanto, “estando”[1]
necesitado de dar satisfacción a su ego, “está” dispuesto a poner en peligro la
Paz de Dios a cambio de una victoria dialéctica, que es lo que se nos dice en
BG 18:67-69 y todos los textos que hemos citado en paralelo.
Para
quien vive en el Espíritu Santo, la adversidad formativa consiste en reconocer,
como si de una señal de tráfico se tratara, aquello de lo que alejarse (Jn
8:58, Mt 10:14), pues el Espíritu que rige Su Naturaleza, que es la Paz de Dios
que no turba el corazón ni tiene miedo, determina el momento para el movimiento
y el momento para el reposo[2],
no resistiendo al malo (Mt 5:39) como el necio navegante que iza velas en medio
de la tempestad, sino plegando velas y retirándose en meditación y oración
silenciosa por quien no
sabe lo que hace (Lc 6:27-28,
23:34), como nos enseña Jesucristo en tantos pasajes en que “se retira” de las
multitudes buscando su soledad en Dios (BG 5:27-28, Tom 49-50). Así es como la
acción que es obra y Gracia del Espíritu Santo nos va elevando hasta el
Altísimo a través de las capas inferiores a la Capa del Cielo al ritmo de esa Sab
4:10-15 que tantas veces hemos transcrito. Y por eso dice Jesucristo que es cierto que encontraremos
tribulaciones en el mundo, aun viviendo en el Espíritu Santo, pues el mundo es
el gimnasio del alma (no su alimento), pero que, en la Sabiduría de Dios para
el mundo, “os digo estas cosas
para que tengáis paz en Mí: Yo he vencido al mundo” (Jn 16:33).