13.1 (III) En Espíritu y en Verdad

 


   III. La razón jamás está a cargo del gobierno del Ser, sino que siempre se encuentra al servicio de un espíritu. Cuando se encuentra al servicio de cualquiera de los espíritus del mundo, éstos formarán en la razón humana la idea de que es ella quien está a cargo del gobierno del Ser, y, por eso, “el esclavo no sabe lo que hace su Señor”. Pero nadie es señor de sí mismo. Todos estamos al servicio de un espíritu[1], hayamos querido conocerlo o no. Y nadie puede negarse a sí mismo en pos de una causa más alta (Mt 16:24) si antes no ha llegado a conocer a ese “sí mismo” al que ha de negar el gobierno de su Ser como necesariedad de lo necesario para servir a esa otra causa más alta.

   Y por eso es tan importante que la razón llegue a conocerse a sí misma: porque, insistimos, “quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”, “he conocido a mi Señor por mi Señor”, “invoqué al Señor, Padre de mi Señor”, “dijo el Señor a mi Señor”, … son todas ellas máximas de Sabiduría Divina que han guiado la existencia de quienes han llegado a entender que “el esclavo no sabe lo que hace su Señor” (Jn 15:15) y que sólo la razón que se conoce a sí misma puede discernir cuál es el espíritu que la gobierna: si -como decíamos en la Nota Preliminar que, deliberadamente, introduce todas nuestras publicaciones- es cualquiera de los espíritus de la ley/karma/talión que gobiernan las regiones de Sí Mismo y para las que Dios no precisa ejercer Presencia Consciente de ninguna clase (la existencia de quienes viven “sin Dios en el mundo” [Ef 2:12], pero gobernada por la Ley de Dios para el mundo) o es el Espíritu de Dios Altísimo que es existencia en la Gracia de lo eternamente eterno.

   “’Que David se quede a mi servicio, porque ha hallado gracia ante mis ojos’. Así, cuando el espíritu malo de Dios entraba en Saúl, David se ponía a tocar el arpa, y Saúl se calmaba, mejoraba y el mal espíritu de alejaba de él” (1Sam 16:22-23, en paralelo con BG 11:49 y su correspondencia en Lc 6:18-19, 8:46, 11:17-28, Flp 111 a, 1Cor 7:12-16, Jn 9:3, 17:7-10, HH 4, 5 y 15, Mt 5:36-42, BG 10 y 11, …).

   Todos los espíritus son de Dios (nada existe fuera de Él), cada uno de ellos para gobernar en cada una de Sus regiones o capas por debajo del Cielo hasta la capa del Cielo, según Sus designios como Perfecto Organizador de Todos los recursos de Sí Mismo. Sin embargo, como ya hemos visto, del mismo modo en que sabemos elegir sin esfuerzo la naranja y no el estiércol para el alimento del cuerpo, sólo al llegar a conocer que todas las cosas son buenas y, todas juntas, muy buenas, y que en Dios “nada es de suyo impuro, sino para el que juzga que algo es impuro, para ése lo es” (Rom 14:14).

   Sólo al mantener presencia consciente del fin buscado (la perfección en Dios Altísimo), sabremos elegir, igualmente sin esfuerzo, solamente aquello que sirve de alimento al alma, pues “todo es lícito, pero no todo es conveniente. Todo es lícito, pero no todo edifica” (1Cor 10:23) y, por tanto, Espíritu de Dios para el Hombre y no para las otras cosas y criaturas del mundo, pues sólo los espíritus de Dios que no son para el hombre se hacen malos en el hombre, tal y como el estiércol, siendo bueno para las crías del escarabajo pelotero, se hace malo en el hombre hasta hacerle vomitar y manchar todo a su alrededor  de modo que “no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de dentro lo que mancha o limpia al hombre”: lo que es puro en su destino correcto, se hace impuro dentro del organismo de quien lo ingiere al procesar aquello que no le estaba destinado. Y el único Espíritu que Dios ha designado para el Hombre nacido para el Cielo es el Espíritu Santo o Altísimo, y ningún otro. Éste es el único Espíritu que alimenta, alegra y aquieta al alma como el arpa de David a Saúl y como la leche materna al bebé. “Y el alma se apacienta de aquello que se alegra”[2] y no de lo que la desasosiega.


[1] Especialmente ilustrativa a este respecto es la letra de la canción “Serve somebody”, de Bob Dylan.

[2] Conf: Libro XIII, Cap. 27.





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