9 (III) Paradoja del Siglo XXI
III. Apiadado de ti, y en la
esperanza de que hayas aprendido esta corta y dolorosa experiencia vital, tu
genio de la lámpara te lleva a un nuevo y maravilloso destino. Despiertas en un
lugar en el que las estancias de tu casa se iluminan con sólo pulsar un interruptor
sin necesidad de siervos que enciendan las velas, tus armarios están repletos
de ropas variadas y zapatos para cada ocasión, el baño se encuentra dentro de
la casa y ya no tienes que salir soportando las inclemencias del tiempo para ir
a la hedionda y fétida letrina, sino que dispones de inodoro, lavabo, ducha,
agua caliente, … todo ello con sólo girar una pequeña llave con un ligero
movimiento de muñeca y sin tener que ir a buscar el agua al pozo. Tu despensa
está repleta de manjares de la más variada procedencia -japonesa, italiana,
china, española, …-, en la nevera los alimentos se conservan frescos y en buen
estado y las bebidas están deliciosamente frías. Cada semana te surtes bien de
todo lo que te has traído de un supermercado que está abierto todos los días,
muy cerca de tu casa, y ya no tienes que esperar a los días de mercado para
viajar largas horas y hacer acopio de los alimentos básicos que se ofrecían
entonces en la plaza y sin control sanitario, ni ir al río a lavar la ropa, …
Ahora tienes lavadora, secadora, aire acondicionado, calefacción, … ¡Esto sí
que es un palacio!
Es media mañana del domingo, has salido de
la ducha y disfrutas de la sensación sedosa que el acondicionador ha dejado en
tu pelo y del frescor mentolado de la pasta de dientes que todavía permanece
agradablemente en tu boca después del desayuno. Mientras te cepillabas los
dientes te has dado cuenta de que necesitas ir al dentista, pero no te
preocupas; sabes que no te va a arrancar la muela con unas tenazas mientras
sufres como un hereje en el potro de tortura; te pondrá una pequeña inyección
anestésica y te empastará la muela sin mayores dolores. Lo mismo con aquella
molestia que padece tu mujer y que te ronda la cabeza; sabes que va a ser
atendida por un ejército de sirvientes (médicos, enfermeros, tecnología, equipo
hospitalario, …), todos ellos preocupados por su vida y con todos los remedios
farmacéuticos y clínicos a su alcance para garantizar su salud.
Así que ahora te dispones a preparar una
copiosa comida para la familia. Descorchas una botella de vino que, en
cualquiera de los casos, es mejor que el que bebía el propio Julio César; lo
pruebas con satisfacción y lo dejas respirar. Tu cocina, equipada con
vitrocerámica, turbomix, batidora, … te invita a dejar volar tu imaginación
para combinar hortalizas, carnes, pescados, repostería, … todo aquello que te
apetezca y, mientras te aplicas a ello con pasión, los miembros de tu familia,
sanos, bien alimentados, bien vestidos, bien calzados, se entretienen cada uno
con lo suyo; uno lleva auriculares y está escuchando la música que le gusta en
su smartphone desde una plataforma gratuita que pone a su disposición toda la
música del mundo; otra lee un libro online que le han marcado en la universidad
mientras consulta en internet, con un sólo click, todo aquello que le llama la
atención durante la lectura y que quiere confirmar en Wikipedia y otras páginas
especializadas sin tan siquiera tener que levantarse para buscar el
correspondiente tomo en la enciclopedia que ya únicamente duerme el sueño de
los justos ocupando vistosamente la librería del salón; y el otro disfruta de
la película que ha elegido de entre la interminable carta que ofrece la
televisión por cable en la gran pantalla de plasma que preside el cuarto de
estar.
Tu mujer, entretanto, habla por teléfono en
videoconferencia con su jefe ultimando algunos detalles del trabajo que no tuvo
de tiempo de comentar durante la semana, mientras espera a que la secadora
termine su función antes de doblar la ropa impregnada de esa deliciosa
fragancia que ha dejado el suavizante que tanto te gusta sentir cuando te
vistes.
Por la tarde decides llevar a toda la familia al cine después de haber compartido el almuerzo con los abuelos, que viven sanos y longevos y con sus necesidades cubiertas por sus pensiones de jubilación sin que te causen mayores preocupaciones que las normales de los achaques de su edad. Como no quieres estar buscando aparcamiento al volver del cine, te puede la pereza y dejas el coche en su sitio. Sales a la calle con los tuyos después de despedir a los abuelos y decides no andar la corta distancia hasta la parada de autobús. Hoy no estás por la labor. Al fin y al cabo, es domingo, ¿no? Alzas la mano y al instante se detiene un taxista que te lleva cómodamente y al abrigo de la calefacción hasta el cine donde todos disfrutan de la película y de las palomitas y refrescos. Una vez de vuelta en casa, un poco de tele, pijama y a la cama. Ha sido un día fantástico. Lo has conseguido. ¡Enhorabuena! ¡Bienvenido al siglo XXI! Ahora sí que vives mejor de lo que jamás pudo soñar Julio César.