12.2 (I) Conocimiento y Acción
I. “Frente al mal está el bien, frente a la
muerte la vida y frente al piadoso, el pecador. Y así contempla todas las obras
el Altísimo, todas de dos en dos, una frente a otra”(Eclo 33:14-15). “Bajo el cielo, todos pueden ver la belleza como belleza, pero sólo
porque existe la fealdad. Todos pueden reconocer lo bueno como bueno, pero sólo
porque existe la maldad. El ser y la nada se generan el uno al otro. Lo difícil
nace de lo fácil. Lo corto define lo largo, lo bajo lo alto. El antes y el
después se suceden entre sí” (Tao
2). “Para los buenos son llanos Sus caminos, para los malos son
piedras de tropiezo. Desde el principio fueron creados los bienes para los
buenos y los males para los malos” (Eclo 39:24-25).
Si todas las cosas son buenas y, todas
juntas, muy buenas, ¿qué quiere decir esto, entonces?:
El progreso ascendente o descendente del
hombre interior no viene de nuestras buenas o malas obras, sino que éstas son
manifestación de ese progreso. Nuestras acciones nos muestran nuestra belleza o
fealdad espiritual, el progreso del bien en nuestro interior o el progreso de
la privación del mismo, y la dirección en que se encuentra la sucesión de
estados de la causa: “Por la Gracia, en efecto, habéis sido salvados
mediante la Fe. Y esto no viene de nosotros, es un Don de Dios; no viene de las
obras, para que nadie se gloríe, pues somos creación Suya, regenerados en
Kristo Jesús para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó para que nos
ejercitáramos en ellas” (Ef 2:8-10), “aunque también nosotros éramos de
ésos en otro tiempo, llevados por la concupiscencia de nuestra carne, siguiendo
su voluntad, y sus malas inclinaciones, viniendo a ser, por nuestra conducta,
hijos de la ira como los demás” (Ef 2:3). Por lo tanto, exactamente igual
que ocurre con la inmanencia y su naturaleza de causalidad respecto de la
trascendencia, así ocurre con la utilidad que revisten nuestras acciones para
la corroboración del estado y dirección en que se encuentra nuestro
conocimiento de Dios Altísimo.
Dios sabe que necesitamos ser corroborados
por Su Espíritu en nuestro conocimiento de Él y, así, no desviarnos en
doctrinas falsas que llevan al oscurantismo, la magia, la idolatría, los falsos
dioses, el ocultismo, … Y la forma de corroborar que nuestro progreso en el
conocimiento es correcto, es a través de nuestras acciones, o lo que es lo
mismo, los frutos del Espíritu o los frutos de la carne (Gal 5:17-22). “Ya
no os llamo siervos, pues el esclavo no sabe lo que hace su Señor; yo os he
llamado amigos, porque os he manifestado todas las cosas que he oído a mi
Padre. No me habéis elegido vosotros a Mí, sino Yo a vosotros, para que deis
fruto y vuestro fruto permanezca a fin de que todo lo que pidáis al Padre en Mi
Nombre, os lo conceda. Esto os mando: que os améis unos a otros” (Jn 15:15-17).
Por los frutos nos conoceremos a nosotros mismos de modo que, contemplando el
progreso de nuestras acciones (no las forzamos, sino contemplamos su natural
evolución), percibimos para el entendimiento si nuestro progreso en el
conocimiento de Dios es guiado por el Espíritu Santo o, por el contrario, nos
hemos dejado atrapar por falsas doctrinas que sólo buscan la autocomplacencia y
el propio bienestar temporal, pero que ningún beneficio reportan a la salud del
alma, pues, como ya decíamos antes, “¿cómo os invocará el que no os conoce?
Pues, no conociéndoos, podrá invocar una cosa por otra”[1] y,
desde luego, quien no ha querido conocer a Dios Altísimo, que es Bondad
Infinita, Inmutable, Alegre, Universal y Libre, no podrá “prestarle servicio
a la Suprema Personalidad de Dios” en el progreso del hombre interior.