12.1 (I) Inmanencia y Trascendencia

 


         I. Los medios son ordenados (causalidad) para propiciar los presupuestos de prosperabilidad del fin (causa) cuando nuestro pensamiento está en el fin (presencia continua y consciente que es progreso del hombre interior), y por eso Dice Dios Altísimo “camina en Mi Presencia y sé perfecto” (Gn 17:1, Mt 5:48), sabiendo que no nos pide algo imposible (Presencia de Dios), sino necesario para que nuestra perfección sea posible para Él (Mc 10:27), “obrando en nosotros el querer y el hacer” (Filip 2:13) y dándonos, por añadidura, todo lo que necesitamos para buscar y hallar el Reino de Dios y Su Justicia en nosotros (Mt 6:33).

         Lo que nos enseña el capítulo 1 del Libro del Génesis es que todo está caóticamente desordenado en ausencia del fin, pero que cuando el pensamiento está (presencia) en la causa (fin perseguido en la existencia), los medios son ordenados para propiciar los presupuestos de prosperabilidad de ese fin, que será alcanzado si no sólo mantenemos esa presencia, sino que hacemos lo necesario para mantenerla, de modo que, “cuando todos los deseos se hallan apaciguados, y la mente, retirándose adentro, reúna a los múltiples sentidos errantes en la armonía del recuerdo, entonces, con la razón armada de resolución, guíe el devoto su mente sosegada hacia el interior del Espíritu, silenciando así todos sus pensamientos. Y cada vez que la mente inestable e inquieta se extravíe alejándose del Espíritu, tráigala de nuevo una y otra vez hacia éste” (BG 6:24-26, Mc 4:13-20, Tao 37 y cada meticuloso detalle de Jn 8:1-11).

         Exponíamos en el capítulo anterior que, si la causa es alcanzar la naturaleza de instrumento de la Gracia que es complacencia de Dios (fin último buscado por el Hombre Krístico a través de la Sabiduría de Dios para el Hombre) tal y como la describe Jesucristo en Lc 6 (y así se describe en cualquier Libro Sagrado), Dios hará de la causalidad aquello que es necesariedad de lo necesario para propiciar las condiciones de conservación y prosperabilidad de esa causa, esto es, el estado de Paz de Dios que no turba el corazón ni tiene miedo (Jn 14:27), liberándolo de toda pre-ocpuación, tal y como lo describe Jesucristo en Mt 6 (y así se describe en cualquier Libro Sagrado). Y así lo hará en tanto ese fin esté presente en nuestro pensamiento (por eso “tráigala una y otra vez al Espíritu”).

         Decíamos también en el capítulo 5 que el Hombre nacido para el Reino de los Fines no ha sido hecho para la Ley; ni para su promulgación ni para su aplicación ni para su ejecución ni, mucho menos, para arrogarse la titularidad de su conocimiento imposible. Es la Ley la que ha sido hecha para el Hombre, de manera que éste, provisto de las condiciones idóneas para vivir conforme al propósito divino de su existencia, pueda entregarse a conocer lo único que a él compete conocer: la Sabiduría de Dios para el Hombre que lleva a la vida Krística de Una Razón Pura, siendo la Ley la causalidad de la causa de todo aquello que, siendo perecedero, le es dado por añadidura sin que él tenga que pre-ocuparse por su alimento, calzado, vestido o mañana (Mt 6:24-34) y la Gracia la causalidad que propicia que el tiempo dado en Libertad alcance la dignidad de lo Eterno. 




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