11 (y IV) Que debes Estar en el Cielo para Ser en la Tierra como en el Cielo

 


         IV. “De entre millares de hombres es posible que uno se esfuerce en alcanzar la perfección; y de entre los miles que se esfuerzan, es posible que uno me conozca de verdad” (BG 7:3). “Entre el nacimiento y la muerte, tres de cada diez personas son seguidoras de la vida y tres de cada diez personas son seguidoras de la muerte. Y los hombres que simplemente transitan entre la vida y la muerte son también tres de cada diez. ¿Por qué esto es así? Porque se aferran a la vida apegándose a este mundo pasajero. Pero dicen que hay un hombre de cada diez que está tan seguro de la vida que ni los tigres ni los toros salvajes le rehúyen” (Tao 50). “Quien ama su vida, la perderá, pero quien aborrece su vida en este mundo, la guardará para la Vida Eterna” (Jn 12:25). Por eso, “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 22:14),  porque pocos eligen el Camino de la Sabiduría de Dios para el Hombre que es causalidad de la causa de una vida Krística de Una Razón que Dios hace Pura y, por lo tanto, digna del Reino de los Cielos, en el que nada manchado entra. Y esto no es castigo a quienes han seguido el curso de su propia naturaleza (así es la naturaleza humana -Sal 51-), sino contención del riesgo moral y protección de la Región de Dios Altísimo, de modo que todo lo que existe bajo la capa del Cielo evolucione dentro del orden perfecto universal en el Ser perfecto que es el Dios único en el que vivimos, nos movemos y existimos.

         “La verdad científica se engaña, desde el momento en que se cree suficiente para explicarlo todo, sin referirse a otras verdades y, sobre todo, a la verdad subsistente, que es un Ser Vivo y Libremente Creador … Dichoso el que puede leer en las estrellas el mensaje que encierran, un mensaje de una autoridad a la medida de quien lo ha escrito, digno de recompensar al investigador su tenacidad y su habilidad, pero invitándole a la vez, a reconocer a Aquél que da la Verdad y la Vida y establece Su morada en el corazón de los que le adoran y le aman”[1]. Para Ser en la Tierra como en el Cielo, es del todo necesario estar en el Cielo, en lo secreto. Esto es caminar en Su Presencia y ser perfecto. Porque “nadie ha subido al Cielo sino el que bajó del Cielo: el Hijo del Hombre que está en el Cielo” (Jn 3:13) para Ser en la Tierra como en el Cielo, siendo permanentemente consciente de que el tiempo dado es para “que sólo haya una ocupación: el prestarle servicio a la Suprema Personalidad de Dios” y, siendo perfeccionado en su Maestro, ser “obrero de la mies y luz del mundo” (Mt 9:35-38 y 5:13-16), instrumento de Dios para la Vida Eterna de quienes quieren conocer al solo Dios verdadero (Jn 17:3) y a Su enviado en toda generación a través de los siglos (Ef 3:21, Mt 23:37, BG 4:8 y 9:11), el Kristo que es Camino, Verdad y Vida (Jn 4:25-26 y 14:6) y que es dado al tiempo dado de los hombres para mantener constantemente en su corazón el modelo que les motiva y empuja a la búsqueda de Dios”[2]

         Atesorad en el Cielo y no en la Tierra, porque donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón (Mt 6). Donde esté tu pensamiento, ahí estará tu Ser y, por tanto, eso eres. Estar es permanencia, permanencia es presencia y presencia es presente continuo. “Abraham creyó A Dios y le fue contado como Justicia” (Gal 3:6).


[1] Pío XII: Discurso de 20 de mayo de 1957 (CE1447).

[2] TU: Cap. 9





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