10 (II) Que debes Ser en la Tierra como en el Cielo para Ser en el Cielo
“YOSOY el aliento de vida y YOSOY la consciencia de vida. Adórame y piensa en
Mí como vida e inmortalidad. El aliento de vida es uno: cuando hablamos, la
vida habla; cuando vemos, la vida ve; cuando pensamos, la vida piensa; cuando
respiramos, la vida respira. Y hay algo más grande que el aliento de vida, pues,
se puede vivir sin habla: ahí están los mudos; se puede vivir sin vista: ahí
están los ciegos; se puede vivir sin oído: ahí están los sordos; se puede vivir
sin una mente cuerda: ahí están los locos. Mas es la consciencia de vida la que
se convierte en el aliento de vida y otorga vida al cuerpo. El aliento de vida
es la consciencia de vida y la consciencia de vida es el aliento de vida”
(Kau Up 3:2-3).
Sólo en la Sabiduría de Dios para el Hombre y una vida Krística de Una Razón Pura “el alma viviente se hace Espíritu Vivificante”,
pues “es la consciencia de vida la que se convierte en el aliento de vida y
otorga vida al cuerpo”. Y “¿cómo
os invocará el que no os conoce? Pues, no conociéndoos, podrá invocar una cosa
por otra”[1]
y, desde luego, quien no ha querido conocer a Dios Altísimo, que es Bondad
Infinita, Inmutable, Alegre, Universal y Libre, no podrá “prestarle servicio
a la Suprema Personalidad de Dios” en el progreso del hombre interior.
El tiempo “se viste” para hacerse visible en
todas las cosas que nos rodean porque Dios sabe que las necesitamos todas
(Mt 6:32) para entender en qué estado y dirección se encuentra nuestra
existencia dentro de Él (“la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad”), pues “en Él vivimos, nos movemos y existimos”, con
independencia de lo que tenga que decir el siglo para que el hombre se acomode
a un concepto cada vez más complejo del confort que únicamente puede distraerlo
del propósito divino de su existencia.
Cuando hablábamos de la Ley, decíamos que ya
es perfecta cumpliéndose a sí misma en la Naturaleza sin necesidad de que
nosotros la cumplamos, y que, del mismo modo que Jesucristo afirmaba que “el
sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc
2:27) o Hillel que “la Torá ha sido
hecha para el hombre, y no el hombre para la Torá”, el hombre no
está hecho para la Ley, sino la Ley para el hombre: para que las condiciones
propiciadas por el perfecto buen hacer de la Ley, cumpliéndose a sí misma en la
Naturaleza, permitan al hombre vivir conforme al propósito divino de su
existencia.
Y esto mismo es lo que sucede con el siglo:
el hombre no ha sido hecho para el siglo (para acomodarse a él), sino el siglo
para el hombre. “No os acomodéis al siglo, sino renovad la mente para
conocer la voluntad de Dios: lo perfecto”. “No insultéis al siglo,
porque es Dios”[2]
mismo dando al hombre una y otra oportunidad para ejercer su libre albedrío conforme al propósito de su existencia, eligiendo
sabiamente y deja que Dios te enseñe a saber cómo se estudian los Libros
Sagrados desde el Espíritu:
“Toda Escritura, divinamente inspirada,
es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para
toda obra buena” (2Tim 3:16-17). “Examinadlo todo y quedaos con lo
bueno” (1Tesal 5:21); “las páginas purificadas que contienen los Libros
Verdaderos recitados para la evidencia de la rectitud” (Cor 98:1-3). “Desecha
las fábulas impías y propias de viejas y ejercítate en la piedad. Los
ejercicios corporales no sirven para gran cosa, mientras que la piedad es útil
para todo, pues tiene promesa de la vida presente y de la futura” (1Tim
4:7-8).