9 (I) Paradoja del Siglo XXI

 


   I. El hombre del siglo XXI va perdiendo a pasos agigantados su imparable y extenuante carrera en busca de la felicidad sin ser capaz de percibir cómo ésta, con la excepción de algunos efímeros momentos puntuales que permiten mantener viva esa falsa ilusión, se aleja cada vez más de su vida mientras sigue y sigue corriendo, como en la paradoja de la tortuga de Zenón, en pos de un vano intento de acomodarse a los parámetros de esa ficción llamada “sociedad del bienestar”, creada ad hoc como sistema imperceptible de control del hombre esclavo, que es promovida tanto desde los propios gobiernos a través de incesantes medidas dirigidas a incentivar el consumo desenfrenado -¿no era el ahorro lo que antes se incentivaba?- como de la invasión publicitaria y pornográfica diaria (pornografía en todos sus sentidos: sexo, opulencia, riqueza obscena, celebración de la ordinariez y bajeza televisiva, creación elaborada de ídolos/tótems a los que adorar, …). Y lo hace abriéndose paso a través de todas las rendijas de cada minuto de nuestra vida moderna y tecnológica (televisión, internet, whatspp, redes sociales, programas radiofónicos, …), y haciéndonos creer cuántas más cosas, noticias y batallas “necesitamos” para ser felices, llevándonos a una competitividad laboral, social y consumista jamás conocida en la historia de la humanidad, cuya única meta parece ser la entrega al saco sin fondo de un hedonismo y un materialismo desenfrenados sin que el sistema ni tan siquiera le otorgue un respiro –no interesa- para darse cuenta de que, a pesar de que, materialmente hablando, en Occidente la gran mayoría de personas vive infinitamente mejor de lo que pudo soñar el propio Enrique VIII, sólo forma parte de una “sociedad del malestar” que le impide ser consciente de su condición de esclavo. El faraón sólo ha cambiado su consigna de “cargadlos de trabajo para que estén ocupados” (Ex 5:9) por “cargadlos de deseos insaciables y necesidades absurdas para que ellos solitos se endeuden y se carguen de pre-ocupaciones” (ver capítulo 1: “el eslavo no sabe lo que hace su señor”).

   Para explicar este concepto, me he regalado la licencia de elaborar la siguiente alegoría de lo que puede ser el recorrido de un hombre corriente que no dedica un solo segundo de su tiempo dado al conocimiento de Dios: los llamados ateos no lo hacen por principio, y la inmensa mayoría de los llamados creyentes o feligreses de cualquier adscripción religiosa jamás han estudiado un Libro Sagrado, pero creen saberlo todo con el sermón de los domingos y la educación que recibieron de niños en unas clases de religión. Y haremos el recorrido a través del continuo tiempo-espacio (formas con que el tiempo dado “se viste” para hacerse visible) hasta llegar a nuestro Siglo XXI, en el que, según alguien intentaba hacerme comprender desde su sabiduría según el mundo, “a medida que más refinada es una persona, más complejo se hace el concepto del confort”.

   En respuesta a este entendimiento, espero que la siguiente alegoría pueda hacer entender porqué en el Hombre Krístico “hasta las raposas tienen madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza” (Lc 9:58) y porqué la austeridad, a diferencia de la riqueza y de la pobreza, es condición idónea y necesaria para que el tiempo dado pueda ser entregado al conocimiento de Dios: “nadie puede servir a dos señores a la vez, pues odiará a uno y amará al otro o se unirá a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6:24), y la vida austera ofrece todos los medios justos y necesarios para que el tiempo dado pueda ocuparse en el conocimiento de Dios, mientras que la riqueza y la pobreza comparten la misma pre-ocupación (el dinero) que impide que ese tiempo dado sea ocupado por la Sabiduría de Dios, tal y como tratábamos de explicar gráficamente con el principio de Arquímedes.




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