8 (y IV) El Tiempo dado

 


   IV. A medida que aprendemos a amar como Dios nos ama (Jn 15:12), todo, absolutamente todo lo que el hombre ha conocido como “realidad” es transformado, pues, “mientras esto ocurre, Dios le concede una existencia de Su propia existencia y lo pinta con el Color Divino. Todas sus cualidades internas y externas se cambian. Ese día la tierra se convierte en otra tierra, igual que los cielos … y todos ellos se manifiestan por la existencia de Dios, el Único Creador y Destructor de todo”[1], y es fácil quedarse atrapado por la fascinación de la causalidad tan maravillosa que se presenta ante nuestros ojos hasta el punto de que podamos olvidar la causa para la que esa causalidad es creada por Dios, que es seguir andando “hoy, mañana y al día siguiente” (Lc 13:33) el único Camino de continuidad infinitesimal de vínculos universales que lleva a la Vida Eterna hasta que Dios haya de  “acabar Su obra” en nosotros[2].

   Así que es crucial que entiendas que jamás debes detenerte en el Camino del tiempo dado, pues, lo único que tiene relevancia para Dios y para el Hombre que va al Padre, es “sacar partido del tiempo, no viviendo como necio, sino como sabio”, sin dormirse en los laureles, de modo que, mientras vas adquiriendo la capacidad de contemplar “cómo resplandecen las obras de Dios” (Jn 9:3), viendo cómo “alábante Tus obras para que te amemos, y amámoste para que te alaben Tus obras”[3], tu Fe se reafirma con cada nuevo “atributo de los apóstoles: paciencia, señales, prodigios y milagros” (2Cor 12:12), pero no debes olvidar que la Obra de Dios en nosotros precisa de nuestra capacidad de compromiso para no permitir que pueda ser interrumpida por los caprichos de nuestro libre albedrío ni por las injerencias del mundo, pues, sólo cuando perseveramos hasta el final (Mt 24:13), “también entonces descansarás en nosotros, del mismo modo que ahora obras en nosotros; y así será aquél descanso tuyo por nosotros, como ahora son estas obras tuyas por nosotros”[4].

   Así pues, ten siempre presente (presencia) que “en esta vía ningún paso es en falso y no hay peligros que acechen. Aun el más pequeño de los avances supone una liberación frente al miedo. Quien sigue esta vía tiene un único pensamiento y ése es el fin de su determinación. Muchas e interminables, por el contrario, son las ramificaciones en los pensamientos del hombre falto de determinación” (BG 2:40-41) y recuerda siempre que durante toda tu existencia terrenal eres tiempo dado para poder alcanzar la dignidad de ser tiempo eterno, pero aún no eres tiempo eterno, y por eso tu existencia es terrenal: sólo cuando Dios acaba Su obra “el conocimiento de la evolución, de la vida y de la disolución conduce a la completa emancipación de las ataduras de maya o el engaño. Al contemplar el ser en el Ser Supremo, el hombre conquista la libertad eterna …/… comprende plenamente que el Espíritu Eterno (el Padre, la única Sustancia Real) es la Unidad, el Todo Perfecto, y que su propio ser no es sino una mera idea que reposa sobre un fragmento de la Luz Espiritual. Al lograr esta comprensión, el ser humano abandona completamente la vana idea de la existencia separada de su propio Ser y se une al Espíritu Eterno, Dios Padre”[5].

   “La palabra que sale de mi boca no vuelve a Mí sin efecto, sin haber cumplido lo que quería y haber llevado a cabo su misión” (Is 55:11). Y, si frustramos Su plan para con nosotros (Lc 7:30) permitiendo a nuestro libre albedrío apartarse de Su voluntad para nosotros, no vuelve a Dios y perdemos el tiempo dado.

   Como venimos insistiendo, quien deja transcurrir el tiempo dado para su existencia terrenal sin abrir esa puerta del renacer, permanece en las regiones de Sí Mismo en las que Dios no ejerce Su Presencia Consciente, pues “El que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3:3), y lo que ha nacido para perecer y volver a ser formado desde el polvo, está muerto desde que nace si no nace de Nuevo a la Vida Eterna, porque “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22:32); de vivos en la Gracia de un eterno “ahora” que, a diferencia del tiempo vivido en la Ley, no tiene pasado ni futuro.

   Así es el milagro que obra en la causa la causalidad que es la Palabra de Dios contenida en los Libros Sagrados. Y ése es el Poder de las Escrituras (Mc 12:24): “entregarse al estudio es crecer día a día” (Tao 48),  porque el Verbo Es Dios mismo (Jn 1:1) y el Poder de las Escrituras es hacer que el tiempo dado se haga tiempo interminable al prosperar en él “el conocimiento del alma, la razón que conduce a la verdad, la palabra, la memoria, la inteligencia, la constancia y la paciente indulgencia”.


[1] NN: cap. 7

[2] Sobre estos peligros en el Camino habremos de hablar más adelante en estas publicaciones, pero valga, en este punto, recomendar al lector los sabios consejos de Teresa de Jesús acerca del arrobamiento y la unión en Vida (caps. 20 y 21), de Ibn Arabí en VSP o de Pierre Hadot en su magistral exposición de la dotrina de Plotino en Plot.

[3] Conf: Libro XIII, Cap. 33 (48).

[4] Conf: Libro XIII, Cap. 37 (52).

[5] CS: Cap. 4, Sutra 12






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