7 (y V) La Gracia: Causalidad de la Causa de lo Eternamente Eterno
V. La libertad que otorga Dios desde
la Gracia como causalidad de la causa de lo existenciable en el Reino de los
Fines es, justamente, restauración de una Razón Pura, virgen, inmaculada y sin
mancha en la que Dios Altísimo puede hacer Su morada en el Hombre Nuevo (Jn
14:23) y, por tanto, ser causa de Sí Mismo en el Hombre que, desde ese renacer
espiritual, ES VIVIDO POR DIOS, pues el hombre no puede ser causa en sí mismo
de aquello que no es: GRACIA PURA E INCONDICIONADA.
Pues, ¿cómo puede el hombre negarse a sí
mismo (Mt 16:24) si no es siendo sustituido por Dios? El hombre sólo puede ser
causa de sí mismo, y por eso le es imposible escapar de su propio seol. “Pero
no para Dios; que para Dios todo es posible” (Mc 10:27). Y por eso, para la
prosperabilidad del propósito divino de existenciación del Hombre Nuevo en el
Reino de los Fines “nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces
los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; sino que se
echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan” (Mt 9:17).
Y, si esto es así, sólo Dios puede ser en el
Hombre Nuevo causa de Sí Mismo en la Gracia que es causalidad de la causa en el
Reino de los Fines: la liberación de Dios mismo en el interior del Hombre que,
sin saberlo, ha sido el carcelero de un alma que creía que le pertenecía. Por
la Gracia de Dios el alma del hombre es liberada de sí mismo y devuelta a Dios,
que es a quien pertenece.
Por eso es imposible para el hombre ser
Gracia por sí mismo: porque mientras crea que el alma le pertenece, seguirá
preso en su propia cárcel como carcelero idiotizado que no se da cuenta de que
él mismo es quien vive en una prisión rodeado de criminales y queriendo poseer
algo inalcanzable. Y el propio imperativo categórico es Ley y, por tanto,
causalidad de la causa de lo perecedero, porque con ella el hombre sigue
frustrando el plan de Dios para con él (Lc 7:30), que no es otro que SER VIVIDO
POR DIOS.
“Da el Ser a Dios; deja que el Ser sea de
Dios por fin. Apártate tú de en medio; deja que lo que se quede sea el amigo”[1]
y verás el fruto de la Gracia: la única causalidad posible de su causa es el
SER VIVIDO POR DIOS, pues “la causa está causada por aquello de lo que ella
es la causa”, y por ninguna otra cosa puede ser causada. El único
imperativo categórico, entonces, lejos de una Ley moral que el hombre, en su
fuero interno y con sus mejores intenciones, pueda considerar universalmente
buena, queda reducido a un deseo irrefrenable de hacer comprender a todo el que
quiera escuchar (y sólo al que quiere escuchar) que “cuando Kristo, vuestra
Vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él”
(Col 3:4), pues ya ninguna otra cosa puede desear para nadie. Y quien antes
vivió en la oscuridad de un mundo en el que el Ser no era VIVIDO POR DIOS,
ninguna cosa puede juzgar o condenar en nadie.
El Hombre Nuevo que es VIVIDO POR DIOS, sin
ocultarse, prefiere mantenerse anónimo, evita ser el centro de atención (Tao
20, Jn 16:20, Mt 17:9, Jn 6:15, Mt 8:4) y no persigue aplauso ni controversia
ni reproche ni foro de debate ni donaciones ni nada que pueda enturbiar lo
único relevante de su trabajo y que el Libro del Eclesiástico tan bellamente
expresa: "he buscado celosamente el bien y no seré confundido. A
quien me ha dado la Sabiduría glorificaré. Con poco que incliné el oído la
logré y me encontré mucha doctrina. Gracias a ella he progresado mucho y en la
pureza la he encontrado. Acercaos a mí y frecuentad la escuela. Adquiridla sin
dinero. Ved con vuestros propios ojos qué poco he trabajado yo y qué gran
descanso he encontrado. Alegraos en la misericordia del Señor y no os
avergoncéis de Su alabanza. Haced vuestra obra antes del tiempo dado y, a su
hora, Él os dará la recompensa" (Eclo 51). Y es que, “quien
habla por su propia cuenta, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria
del que le ha enviado, ése es veraz y en él no hay injusticia” (Jn 7:18),
pues nada busca para sí mismo de entre los hombres, sino sólo en Dios, esto es,
“aceptar la responsabilidad de descubrir y transmitir la verdad total”
(HH 16) y dejarlo todo atrás para anunciar el Reino de Dios (Lc
9:58-62): “que te conozcan a Ti, el solo Dios verdadero, y al que Tú has
enviado, Jesucristo” (Jn 17:3).
Ha entendido que la nueva adversidad ya no
es retributiva, sino formativa, única y exclusivamente presentada ante sus ojos
para “contemplar cómo resplandecen las obras de Dios”(Jn 9:2-3) y ser
luz para que el mundo pueda verlas y puedan creer A Dios (Mt 5:13-16, Jn
11:40-42) y, así, ser “aquél que enseña esta recóndita doctrina a quienes
sienten amor por Mí, experimentando él, a su vez, un supremo amor, ése en
verdad vendrá a Mí. Pues entre los hombres no hay quien realice para Mí una
acción superior, ni hay sobre la tierra hombre alguno que me sea más grato que
ése" (BG 18:68-69). "Gratis lo recibisteis, dadlo
gratis" (Mt 10:8). “Los hombres crean dioses y adoran su
creación. ¡Más valdría que los dioses adoraran a los hombres!” (Flp 85),
porque “el que se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque no es quien se
alaba a sí mismo el que ya está probado, sino aquél a quien Dios alaba”
(2Cor 10:17-18). “Que todo cuanto hagas, comas, des u ofrezcas sea una
ofrenda para Mí; y todo cuanto sufras, súfrelo por Mí. Así te librarás de las
ataduras del karma y de sus frutos buenos y malos; y con tu alma unificada en
el renunciamiento serás libre y vendrás a Mí” (BG 9:27-28). Camina en Mi
Presencia y Yo seré tu perfección. “Y cada vez que la mente inestable e
inquieta se extravíe alejándose del Espíritu, tráigala el sabio de nuevo, una y
otra vez, a Mi Presencia” (BG 6:26).Y esto, y sólo esto, es lo que Dios
alaba en el Hombre: “Marta, Marta, que andas inquieta y acelerada por
demasiadas cosas, cuando bien poco, sólo una es necesaria. María, en efecto, ha
escogido la parte mejor, que no le será arrebatada” (Lc 10:42).
