1 (y III) El esclavo no sabe lo que hace su Señor
III. En la máxima sufí que fundamenta
la comprensión de Dios en el hombre, del hombre en Dios y del sentido de su
existencia en el mundo en la máxima de que “quien se conoce a sí mismo,
conoce a su Señor” y su lectura a contrario sensu, podemos ver que,
si es el hombre quien prescribe su ley universal a sí mismo y, en consecuencia,
al mundo que conforma todo su Ser, quien no se conoce a sí mismo legisla a lo
loco y se hace víctima de su propia ley, pues no conoce a su Señor (que es su
ley universal, lo sepa o no lo sepa, lo quiera o no lo quiera, lo crea o no lo
crea y le guste o no le guste) y, por tanto, no comprende al mundo ni a su
propia existencia. Es esclavo de una ley que desconoce y, por así decirlo, es
sancionado una y otra vez, pues, de todos es sabido que el desconocimiento de
la ley no exime de su cumplimiento, máxima indiscutible en todos los
ordenamientos jurídicos y, por tanto, no es Señor de su propio mundo, sino
esclavo de él y, entonces, los versículos antes citados despliegan su efecto
contrario, pues, quien daña a otros se daña a sí mismo, quien hace -de
pensamiento, palabra, obra u omisión- a los demás lo que no quiere para sí
mismo, infringe su propia ley y no sólo los demás sufren inseguridad, sino que
él mismo estará desprotegido, y todo ello porque, simplemente, “el esclavo
no sabe lo que hace su señor” y precisamente por eso es esclavo.
Cuando se llega a comprender esto con
convicción y claridad mental y espiritual, se entiende que el único problema
que presenta la vida sólo reside en no querer que lo único que importe sea
entender; esto es, en que querer entender sólo importe “a ratos” y, por lo
tanto, se sea esclavo la mayor parte del tiempo.
Por eso, en el corazón y núcleo en que se
cruzan todas las Verdades contenidas en los Libros Sagrados de Oriente,
Occidente, Norte y Sur, el ardiente deseo que mueve a quienes los escribieron
fue la aspiración a una visión pura para el entendimiento de la Sabiduría de
Dios para el Hombre Pleno y Dichoso que vive de acuerdo con el propósito de su
existencia, libre de inquietudes y de las mentiras que lo han esclavizado: “concédenos
la Gracia de una visión pura” (Svet Up 4), “dame la Vida conforme a Tu
Palabra, enséñame, hazme entender, dame la Gracia de Tu Ley y Tu Sabiduría para
el hombre” (Sal 119), porque el hombre que ha querido entender la Verdad
que hace Libre, ha comprendido que la vida (aunque sea temporalmente) ya la
tiene, pero la libertad y la vida eterna sólo es posible encontrarla en la
Sabiduría de Dios que lleva a una Consciencia Krística, pues “la luz del
cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado; pero si
tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará oscuro. Y si la luz que hay en ti es
tiniebla, ¿cuánta será la oscuridad?” (Mt 6:22-23).
La verdadera Sabiduría de Dios para el
Hombre no es saber, sino entender Su voluntad para el propósito de nuestra
existencia y dejarse formar por Él (Lc 6:40), pues, “quien cree ser algo, no
siendo nada (pero pudiendo serlo todo), a sí mismo se engaña” y
“quien cree saber algo, aún no sabe cómo hay que saber, pero quien ama a Dios,
es conocido por Él” (1Cor 8:2-3), que es lo realmente vital.