6 (y IV) La Libertad: Nacimiento a la Causalidad de la Causa de lo Existenciable en lo Eterno
IV. Dios es el Creador Sublime de
cada día[1],
el Único y Perfecto Optimizador de todos los recursos de Sí Mismo. “Conoce,
pues, que la naturaleza es Maya, pero que es Dios quien gobierna Maya; y que
todos los seres en nuestro Universo son partes de su infinito esplendor. Él es
el Señor de todos que, oculto en el corazón de las cosas, custodia el mundo del
tiempo” (Svet Up). “Así pues, amados, no ignoréis esto: que para el
Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2Pedro 3:8).
“Quienes saben que el vasto día de Brahma, dios de la Creación, dura siempre
mil eras, ellos en verdad conocen el día y la noche” (BG 8:17).
“Aprende, por tanto, acerca de un tiempo de luz en el que los yoguis van a la
vida eterna y de un tiempo de oscuridad en el que se vuelve a la vida en la
tierra (BG 8:23), y elige sabiamente, pues “nosotros debemos hacer las
obras del que me ha enviado mientras es de día, y cuando viene la noche, nadie
puede trabajar” (Jn 9:4).
Cuando la Verdad en lo íntimo del Ser ha
sido crucificada, muerta y sepultada y ya no se escucha Su Voz en el interior,
porque la Razón Pura se ha desvanecido, Dios, en cada uno de esos días de los
que Él es el Creador Sublime, no cesa de ofrecernos desde afuera, renacer en
libertad a la causalidad de la causa de lo existenciable en lo eterno: desde
los simples lirios y los pájaros que se describe en Mt 6 que mueven al estudio
de los Libros Sagrados, pasando por todas las artes, las ciencias, la filosofía,
la literatura, … que se manifiestan en una sencilla canción de los Bee Gees o
de Armando Manzanero. Y, así, desde fuera, llama a la puerta de todo ser humano
que quiera abrirle y dejarle entrar para resucitar esa Verdad en lo íntimo del
Ser, haciéndola renacer completamente nueva y en absoluta libertad, para que Él
pueda revelarse al hombre en toda la magnitud de Su Gracia infinita (Ap
3:20-21).
Quien deja transcurrir los días que se le
han dado para su existencia terrenal sin abrir esa puerta del renacer,
permanece en las regiones de Sí Mismo en las que Dios no ejerce Su Presencia
Consciente, pues “El que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”
(Jn 3:3). Y no es Dios quien se oculta del hombre, sino el hombre quien se
oculta de Dios en esas regiones de “el llanto y el crujir de dientes”
(Mt 8:12) por cualquier cosa (fenómeno o forma en que las cosas afectan a
los sentidos para su entendimiento como causa del mundo), ignorando la
llamada de Su Sabiduría, que jamás deja de decirle ¿por qué te escondes? (Gn
3:8-10).
El Hijo elige la Gracia, no deseando otra
cosa (Mt 13:44-46), pero quien vuelve a elegir la Ley, vuelve a lo perecedero,
porque “el esclavo no vive en la Casa para siempre: el Hijo vive para
siempre” (Jn 8:35), y el Reino de los Fines es para “quien persevera
hasta el final” (Mt 24:13).