6 (I) La Libertad: Nacimiento a la Causalidad de la Causa de lo Existenciable en lo Eterno
“La
causa está causada por aquello de lo que ella es la causa”[1].
I. “El que no nace de nuevo, no
puede ver el Reino de Dios” (Jn 3:3), y quien nace de nuevo, nada sabe (Gal
6:3 y 1Cor 8:2-3), sino que comienza a saber de Dios mismo, por Él, con Él y en
Él.
Kant, al tratar de convencer a quienes
verdaderamente ansiaban ocuparse de la metafísica, decía que “es
imprescindible interrumpir por el momento su trabajo, considerar todo lo
ocurrido hasta ahora como si no hubiese ocurrido, y ante todo plantear
primeramente la pregunta: <<si algo así como la metafísica -como
ciencia de lo posible y no como un mero y caprichoso “filosofar” (dialéctica) -
es, en general, al menos, posible>>”[2].
El hombre sólo sale del seol de la Ley
comprendiendo que “para el hombre es imposible, pero no para Dios” (Mc
10:27) y pidiéndole “concédeme la Gracia de Tu visión pura y dame la Vida
conforme a Tu Palabra, pues Tu Palabra es Verdad. Hágase Tu Voluntad y no la
mía, pues solo Tú sabes lo que es universalmente bueno y puedes dar a mi
existencia el propósito perfecto según Tus designios”. Y Dios le da una
nueva existencia en completa libertad espiritual (libre de pecado) y material
(libre de preocupaciones materiales), naciendo a una nueva vida en la que los
pecados de su vida pasada ya no pesan sobre él (Ezq 18:30-32) ni, por lo tanto,
condicionan sus pensamientos, palabras, obras y omisiones mediante esa kármica
sucesión de fenómenos cuya “determinación de la causa para obrar debe haber
nacido”.
Porque el hombre comenzó a “a ratos” a
conocer a Dios y se enamoró de los Atributos de la Gracia (Lc 6) deseándolos
como propios (santidad), es redimido y vuelto a nacer completamente liberado de
la Ley, pues la libertad es ahora necesariedad de lo necesario: el comienzo de
la andadura en el Camino de Perfección que lleva a la posible existenciación en
el Reino de los Fines.
“No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni
árbol malo que dé fruto bueno” (Lc 6:43), porque la semilla que contiene el
fruto es la de la misma especie y calidad que la que hizo nacer al árbol, y “no
se recogen higos de las zarzas ni racimos de los espinos” (Lc 6:44). Y por
eso la semilla de lo que ha de crecer hasta ser Árbol de la Vida que da el
fruto de la Gracia debe ser nueva y el hombre renace ahora desde una mente/ego
virgen[3], en un
pesebre intelectualmente pobre que ha renunciado a todo lo que creía saber para
dejarse visitar por los Sabios de Oriente y aceptar sus regalos y, desde ahí,
ser formado y perfeccionado hasta llegar a ser como su Maestro (Lc 6:40),
escuchando y haciendo todo lo que le dice (Lc 6:46-49) mientras va creciendo
hasta ser él mismo luz del mundo (Mt 5:14-16).
[1]
Eng: Capítulo 22 – “El engarce de una sabiduría íntima en un verbo de Elías”.
[2] Prolg:
Prólogo.
[3]
Edward F. Edinger (sobre Carl Jung): “El Arquetipo Crístico”, Cap. 1 - “La
Anunciación”: “El ego virgen es el que es suficientemente consciente
para relacionarse con las energías transpersonales sin identificarse con ellas.
Filón dice: …/… cuando Dios empieza a unirse con el alma, hace que la que antes
era mujer se vuelva virgen de nuevo”.