5 (I) La Ley: Causalidad de la Causa de lo Perecedero

 

“La causa está causada por aquello de lo que ella es la causa”[1].

         I. “En el fenómeno, todo efecto es un suceso o algo que acontece en el tiempo; debe precederle, según la ley universal de la naturaleza, una determinación de la causalidad de su causa (un estado de ésta), a la cual sigue ese efecto según una ley constante. Pero esta determinación de la causa para la causalidad debe ser también algo que acontece u ocurre; la causa debe haber comenzado a actuar, pues de otro modo no se podría pensar ninguna sucesión temporal entre ella y el efecto. El efecto habría existido siempre, como la causalidad de la causa. Por consiguiente, entre los fenómenos, también la determinación de la causa para obrar debe haber nacido, y por tanto debe ser, como su efecto, un suceso, el que a su vez debe tener su causa, y así sucesivamente, y por consiguiente la necesidad de la naturaleza debe ser la condición según la cual son determinadas las causas eficientes”[2].

   La causalidad de la causa o presupuestos de prosperabilidad de la existencia de las cosas para su perfecta utilidad en el Reino de los Medios y en la Mediedad siempre obedece a esta relación de causa-efecto: la Ley (causalidad) de la temporalidad de lo que es causa que ha de perecer una vez agotada su vida útil.

   Y decimos “obedece” de manera deliberada, pues, se trata de la causalidad determinante de la utilidad de la materia: el medio mineral, vegetal y animal, esto es, todo el ecosistema que conforma la Naturaleza física del Universo, cuya necesidad debe ser la condición según la cual son determinadas las causas eficientes de modo que todo lo que es materia sirve de alimento y, a la vez, se alimenta de todo lo que es materia en los interminables ciclos de vida/muerte de lo eternamente efímero. El infinito entramado de leyes de la biología, del movimiento, de la geometría, de la armonía, de la termodinámica, de la gravedad, de la fuerza nuclear fuerte y débil, del electromagnetismo, de los gases, de los fluidos, de la física de partículas o mecánica cuántica, de la radiación, de las ondas, de la acústica, … consiste, en sí misma, en una sola unidad de todas esas ramas o vertientes de sí misma que ordenan de modo perfecto a toda la Naturaleza, y, por lo tanto, es buena para la Naturaleza, pues su propia subsistencia depende de ella.

   Y ya es perfecta cumpliéndose a sí misma en la Naturaleza sin necesidad de que nosotros la cumplamos, pues, del mismo modo que Jesucristo afirmaba que “el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2:27)  o Hillel que “la Torá ha sido hecha para el hombre, y no el hombre para la Torá”, el hombre no está hecho para la Ley, sino la Ley para el hombre: para que las condiciones propiciadas por el perfecto buen hacer de la Ley, cumpliéndose a sí misma en la Naturaleza, permita al hombre vivir conforme al propósito divino de su existencia.

   Terminábamos el capítulo anterior, en nuestra primera aproximación a la Krística de una Razón Pura, diciendo que la más excelsa manifestación del ejercicio consciente del libre albedrío en el Hombre nacido (o renacido) para alcanzar la dignidad de ser existenciado en el Reino de los Fines consiste en renunciar a la propia voluntad terrenal en favor de la Voluntad Universal de Dios, de modo que nuestra elección de la Sabiduría que ha de ser artífice de la Creación en nuestra existencia no sea la nuestra, sino la Suya, cuya perfección es Bondad Infinita e Inmutable, Siempre Alegre, Universal y Libre.



[1] Eng: Capítulo 22 – “El engarce de una sabiduría íntima en un verbo de Elías”.

[2] Prolg: “Tercera parte de la principal cuestión trascendental: ¿Cómo es posible la metafísica en general?”.



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