4 (I) Sabiduría de Dios para el Hombre y Krística de una Razón Pura


   I. Sabiduría de Dios para todas las cosas de Su Creación: existe una Sabiduría de Dios impresa en el núcleo de todos los seres y cosas de Su creación, según sea la naturaleza originaria de éstos en el propósito que Él ha dado a cada cosa. Como hemos avanzado antes, y conviene repetir ahora (Filip 3:1), la orquesta que interpreta la partitura de la sinfonía de Dios está compuesta de los músicos y timbres más variados que, bajo Su batuta, conforman una sonoridad cuya belleza es comparable a la diversidad de la flora, fauna, montañas, ríos, océanos y cielo estrellado que nos ofrece nuestro planeta (BG 18:41-44, 1Cor 12,) y en la que cada uno de los músicos puede alcanzar tanta perfección en su instrumento como perfecto es Dios en la dirección (BG 18:45, Mt 5:48).

   Todo está diseñado por Dios para cumplir una función perfecta dentro de Sí Mismo, pues, “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (HA 17:28), siendo Dios y sólo Dios el Único y Perfecto Optimizador de todos los recursos de Sí Mismo, asignando a cada fuerza de la Naturaleza y a cada cosa, animal y vegetal una actividad dentro de Sí Mismo en el Reino de los Medios (quienes están a cargo de los medios) o en la Mediedad (los medios). Y para el perfecto funcionamiento de todas las cosas dentro de Sí Mismo, Él es el Creador único y exclusivo tanto de todas las regiones de Sí Mismo que son gobernadas por las infinitas leyes universales geométricas, biológicas, químicas, físicas, metafísicas, cuánticas, … a las que quedan sometidas todas las cosas que en ellas habitan, como de la Gracia que gobierna el Reino de los Fines o región de Sí Mismo en la que habita Su Sabiduría Perfecta, de la que emanan todas estas leyes universales. En nosotros, que estamos hechos a su imagen y semejanza, también existen todas esas regiones del Ser.

   Así, para todo aquello que conforma la Mediedad y el Reino de los Medios en Dios, resulta del todo irrelevante que nos guste o no nos guste, que lo queramos o no lo queramos, que lo creamos o no lo creamos, que lo conozcamos o no lo conozcamos: “en Él vivimos, nos movemos y existimos” como ínfima, minúscula y “casi inexistente” partícula subatómica de una Unidad perfecta en que conviven lo eternamente eterno y lo eternamente efímero.


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