1 (II) El esclavo no sabe lo que hace su Señor
II. La causalidad de la causa en la
existencia de la persona (toda su experiencia posible de la vida) viene
determinada por su grado de espiritualidad o materialidad. Así, la pureza,
impureza u oscuridad de ese entendimiento depende, en primera y última instancia,
del ser o no-ser del alma: de tener un alma viva que es dueña y señora de sus
dominios y, por tanto, despierta y vigilante porque sabe elegir conscientemente
Espíritu para su entendimiento, o un alma dormida que “a ratos” es invitada a
despertar y curiosear qué tal le va a su anfitrión en la montaña rusa de la
vida, pero a la que no se le otorga ninguna autoridad para ocuparse de esa
vida, o un alma muerta.
Entender está, por un lado, en querer
entender y, por otro, en no permitir que esa voluntad sea condicionada ni
contravenida por causas ajenas, sino exclusivamente por el Espíritu de Dios o
libertad que otorga el imperativo categórico de la ley moral interna y que ha
de ser necesariamente ley universal[1]; una ley
universal que el hombre se prescribe a sí mismo y, en consecuencia, al mundo
interior y exterior que conforma todo su Ser; lo que Heidegger enunció acuñando
la expresión “la fuerza de las fuerzas”, que Kant había formulado como
un entendimiento que “no extrae sus leyes (a priori) de la
naturaleza, sino que se las prescribe a ésta” y cuya comprensión y asimilación
permanentemente consciente -y no ocasionalmente consciente- constituye la
médula espinal de la diferencia entre el hombre esclavo porque no sabe lo que
hace su Señor y el hombre que ha conocido la Verdad que hace libre (Jn 8:32).
Así:
-
“Todo lo que queráis que hagan con
vosotros lo hombres, hacedlo también vosotros con ellos; porque esto es la Ley
y los Profetas” (Mt 7:12).
-
“Cuando un hombre ve que el Dios que tiene
dentro de él es el mismo Dios que hay en todo cuanto es, no se daña a sí mismo
dañando a otros: entonces se halla verdaderamente en la Vía más alta” (BG
13:28).
-
“Acerca el universo al Tao y el mal no
tendrá poder alguno. Aunque el mal sea poderoso, su poder no se usará para
hacer mal a los demás. No sólo no hará daño a los demás, sino que el mismo
sabio estará protegido” (Tao 60 y su reflejo gráfico en cada
detalle de Jn 8:1-11).
[1]
FMC: Cap. 3 [A97-98]: “La voluntad es un tipo de causalidad de los seres
vivos en tanto que son racionales, y la libertad sería la propiedad de esta
causalidad para poder ser eficiente independientemente de causas ajenas que la
determinen; tal como la necesidad natural es la propiedad de la causalidad de
todo ser irracional para ver determinada su actividad por el influjo de causas
ajenas (mi perro no puede evitar salir corriendo al jardín a ladrar como un
descosido al sonido del claxon de un camión que pasa en ese momento por la
calle) …/… ¿acaso puede entonces ser la libertad de la voluntad otra cosa
que autonomía, esto es, la propiedad de la voluntad de ser una ley para sí
misma? …/… ésta es justamente la fórmula del imperativo categórico y el
principio de la moralidad; por lo tanto, una voluntad libre y una voluntad bajo
leyes morales son exactamente lo mismo”.