Ejercicio Consciente del Libre Albedrío

 


NO HAY CONTRADICCIÓN ENTRE PREDESTINACIÓN Y LIBRE ALBEDRÍO: AMBOS COEXISTEN SIMULTÁNEAMENTE[1]

   “Hay dos tipos de espíritus en este universo: el perecedero y el imperecedero. El perecedero conforma todas las cosas (mutables) de la Creación. El imperecedero es lo que no se mueve (inmutable) (BG 15:16).

   Sólo al hombre ha otorgado Dios la facultad de elegir su propio destino a través del regalo del libre albedrío, esto es, libre elección de espíritu que ha gobernar a la razón y, por ende, al Ser total que conforma su mundo/universo/vida/existencia.

   Por tanto, Dios da libertad al hombre para conducirse en su vida como le plazca, incluso de forma totalmente contraria a su predestinación y frustrar Sus planes para con él (Lc 7:30, Jn 6:66). Y en cada uno de los días de su vida, el hombre es formado y perfeccionado en el espíritu de su elección consciente o inconsciente, tal y como el médico y el músico son formados y perfeccionados en su profesión cada día de su vida, y también lo son el ladrón o el mentiroso, de modo que así son sus mundos y sus obras y es así como la razón (y su entendimiento), se hace pura o impura en el hombre (Jn 8:31-58).

   Y, sin embargo, el hombre sólo podrá ser liberado del destino natural de todas las cosas de la Creación (espíritu de lo perecedero), que es la muerte, si ejerce conscientemente su libre albedrío eligiendo sabiamente Espíritu Santo (espíritu de lo eterno), que es el único que da Sabiduría de Dios para el Hombre para el cumplimiento del fin al que está predestinada su existencia a través de una vida Krística de Una Razón Pura: “antes de que el polvo vuelva a la tierra como vino, que el aliento se torne a Dios que lo dio” (Ecl 12:7).

   Todos los demás caminos elegidos por un ejercicio consciente o inconsciente del libre albedrío que opta por vivir de forma distinta a la predestinada por Dios como opción perfecta para el Hombre (Ef 1, Gn 1, Zz 1, Tao 1, HH 1, BG 1, …), conducen al destino natural del resto de cosas de la Creación, que es la existencia eternamente efímera (ciclos de vida y muerte) de todo lo que vive y muere en el Reino de los Medios y en la Mediedad, pues ninguno de esos caminos forma en el hombre la dignidad para la existencia eternamente eterna en el Reino de los Fines[2].

  Pero no sólo vivir conforme a la predestinación divina nos otorga la Gracia de la Vida Eterna, sino que llena nuestro presente de bendiciones que nos permiten vivir en la Tierra como en el Cielo, lo que, en sí mismo, es participar de la experiencia de la Vida Eterna: “hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23:43), pues, como decíamos al final del capítulo 13.1, el Espíritu Santo es el único que alimenta, alegra y aquieta al alma como el arpa de David a Saúl y como la leche materna al bebé, porque “el alma se apacienta de aquello que se alegra” (lo que está designado para ella) y no de lo que la desasosiega.

   El hombre que permanece en la ignorancia de Dios cree que es él quien actúa en el mundo sin saber que no es él, sino la fuerzas de la Naturaleza las que actúan en su mundo con el mismo signo que el espíritu de su elección[3] consciente, inconsciente, sabia o necia, pues “el entendimiento no extrae sus leyes (a priori) de la naturaleza, sino que se las prescribe a ésta[4]; leyes según las cuales un entendimiento es causa del mundo. Cuando esa determinación de su causalidad se refiere a un efecto en el mundo, que encierra un propósito moralmente necesario, pero inejecutable para seres de sentidos, entonces es posible un conocimiento de Dios y de Su existencia [5].

   Éste es el verdadero secreto del sabio ejercicio del libre albedrío: la elección permanentemente consciente (no ocasionalmente consciente) de espíritu para la vida. Y quien esto llega a conocer y entender, alcanza a comprender que Sabiduría y Acción son la misma cosa (BG 5:5); esto es, que “mi Padre aún trabaja y yo también trabajo” (Jn 5:17), y que el mundo es como un gran piano de cola en el que (1) la causa de que el sonido que sale de ese piano sea música perfectamente armonizada o ruido desordenado está en ti; (2) su causalidad está determinada por la cualidad y calidad del Dios en el que crees (según seas politeísta, monoteísta, teísta, deísta, agnóstico o ateo y creas en un Dios infinitamente bondadoso o vengativo y destructor, existente o inexistente, lejano o cercano, luminoso o tenebroso, alegre o iracundo, accesible o inaccesible, nombrable o innombrable, severo o paternal, …); y (3) el progreso de la causa (sucesión de estados de ésta) es la evolución de su tiempo dado en función de la cualidad y calidad de tu conocimiento de ese Dios en tu interior y tu capacidad de ver cómo Su poder actúa dentro y fuera de ti,  esto es, la calidad y cualidad de tu Fe, pues “la Fe de un hombre se muestra de acuerdo con su naturaleza. Al hombre lo hace su Fe. Aquello que es su Fe, lo es él también” (BG 17:3)[6].

   “Cualquiera que diga una palabra sobre Dios le da una imagen … no es el siervo quien creó a Dios, sino que es Dios quien ha creado Su Propio Ser. Dios es el creador de todo; no hay más creador que Él. Lo que aparece en la creencia del siervo está también entre las cosas creadas y que, de hecho, están creadas por Dios”[7]

   Por eso, “el sabio no tiene una mente rígida; es consciente de las necesidades de los demás. A los buenos trata con bondad. A los malos también trata con bondad, porque la naturaleza de su ser es buena. Es amable con los amables. También es amable con los que no lo son, porque la naturaleza de su ser es amable. Es fiel con los fieles. También es fiel con los infieles. El sabio vive en armonía con todo lo que está bajo la capa del Cielo. Ve todas las cosas como si fueran él mismo; ama a todos como a su propio hijo. Atrae a todas las personas. Se comporta como un niño pequeño” (Tao 49/Lc 6). Y por eso es sabio; porque ha elegido consciente y sabiamente Espíritu para la Vida: el Espíritu de lo Eterno, el Supremo, el Inmutable, Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente que es Bondad Absoluta, Providente Universal Siempre Alegre y Libre (Mlq 3:6-7).

   “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6:45), y “Yo les daré el fruto de sus labios” (Is 66), de modo que “atesorad en el Cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre los destruyen ni los ladrones roban, porque donde esté vuestro tesoro, ahí también estará vuestro corazón” (Mt 6:20-21, BG 16:1-3) y sólo de quienes eligen el Espíritu de lo Eterno para la vida en este mundo es el Reino de los Cielos y de la Tierra (BG 12:1-7); primero en este mundo y, luego, en la Vida Eterna (Mc 10:29-31) de la que ya esta vida es parte de la experiencia divina.



[1] Ver Capítulo 2 (Libro 1)

[2] Ver Capítulo 13.2 (Libro 3)

[3] Ver Capítulo 4.6 del Libro Reino de Dios.

[4] Immanuel Kant: “Prolegómenos” (Ob. Cit.) – “Segunda Parte de la Principal Cuestión Trascendental: ¿Cómo es posible la ciencia pura de la naturaleza?; ¿Cómo es posible la naturaleza misma?” en relación a la “Deducción trascendental del uso empírico universalmente posible de los conceptos puros del entendimiento” y los fundamentos de la originaria unidad sintética de apercepción y el imperativo categórico de la ley moral que conforman los cimientos de la “Crítica de la Razón Pura”.

[5] Immanuel Kant: “Crítica del Juicio – Nota General a la Teología”.

[6] Ver Introducción al Capítulo 12 (Libro 2).

[7] Capítulo 8 de “El Núcleo del Núcleo”: Ibn Arabí




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