1 (II) Introducción a "Reino de Dios"

 


   II. Porque las cosas que sabemos por Su Espíritu, puede decirse que no las sabe nadie sino el Espíritu de Dios. Porque así como se ha dicho rectamente de aquéllos que habían de hablar con el Espíritu de Dios: “no sois vosotros los que habláis”, así también de los que conocen las cosas por el Espíritu de Dios se dice rectamente: “no sois vosotros los que conocéis”; y, consiguientemente, a los que ven con el Espíritu de Dios se les dice no menos rectamente: “no sois vosotros los que veis”. Así, cuanto ven en el Espíritu de Dios que es bueno, no son ellos, sino es Dios el que ve que es bueno[1].

   Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado. Y esto es de lo que hablamos, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, adaptando las cosas espirituales a los espirituales. Pero el hombre animal no capta las cosas del Espíritu de Dios; son locura para él y no puede entenderlas, ya que hay que juzgarlas espiritualmente. El espiritual, por el contrario, lo juzga todo y él no depende del juicio de nadie. ¿Quién, pues, ha conocido el pensamiento del Señor, para poder enseñarle? Pero nosotros tenemos el pensamiento de Kristo[2].

   Por eso sólo a los devotos cuyo único objetivo era buscar a Dios les aconsejaba Jesús (y Krishna o Lao Tse, …) abandonar todos los deberes menores; Él no recomendaba a nadie eludir el trabajo o convertirse en una carga y depender de los ingresos de los demás[3], pues quien vive en el Espíritu de Dios dice: “mi Padre aún trabaja y yo también trabajo. Nada tengo que obtener, porque todo lo tengo. Y, aun así, obro. Si no me hallara comprometido de manera perpetua e infatigable con la acción, los hombres que ahora siguen muchas vías adoptarían la misma vía de inacción que yo. Si alguna vez mi obra tuviera un final, estos mundos acabarían en medio de la destrucción, y la confusión se apoderaría de todo. Sería la muerte de todos los seres. Aunque los ignorantes obren de modo egoísta, atándose en acciones egoístas, obren los sabios de manera desinteresada por el bien del mundo; pues, la salvación del mundo está en los muchos sabios”[4]. Pero, el trabajo del hombre espiritual es el Espíritu: el conocimiento de la evolución, de la vida y de la disolución conduce a la completa emancipación de las ataduras de maya o el engaño. Al contemplar el ser en el Ser Supremo, el hombre conquista la libertad eterna …/… comprende plenamente que el Espíritu Eterno (el Padre, la única Sustancia Real) es la Unidad, el Todo Perfecto, y que su propio ser no es sino una mera idea que reposa sobre un fragmento de la Luz Espiritual. Al lograr esta comprensión, el ser humano abandona completamente la vana idea de la existencia separada de su propio Ser y se une al Espíritu Eterno, Dios Padre[5], Quien nos dice que la palabra que sale de mi boca no vuelve a Mí sin efecto, sin haber cumplido lo que quería y haber llevado a cabo su misión. Sí, saldréis con alegría y en paz seréis renovados. Montes y colinas darán ante vosotros gritos de alborozo y batirán palmas todos los árboles del campo[6].


[1] Agustín: “Confesiones” – Libro XIII, cap. 31.

[2] 1Cor 2:12-16

[3] Paramahansa Yogananda: “El Bhagavad Guita: la Ciencia Suprema de la Unión con Dios” – Cap. XVIII, estrofa 66.

[4] Jn 5:17, BG 3:22-25 y Sab 6:24

[5] Sri Yukteswar: “La Ciencia Sagrada” – Cap. 4, Sutra 12

[6] Is 55:11-12




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