13.1 (I) En Espíritu y en Verdad
I. Decíamos en el capítulo anterior
que el mundo, ya sea como ese “piano de cola” o como “el gimnasio del alma”,
siempre ha sido y siempre será el lugar en el que podemos percibir a través de
los sentidos (cómo éstos son afectados para el entendimiento por la realidad
exterior) y de la calidad de nuestras acciones (frutos del progreso del hombre
interior) qué espíritu se está fortaleciendo, y, por ende, gobernando nuestro
Ser y que, por lo tanto, no estamos en él para hacer buenas obras y “cambiar el
mundo” (Mc 14:6-9) como medio para acercarnos a Dios, sino para acercarnos a
Dios hasta ser consumados en la Unidad, de modo que todas nuestras acciones (“lo
que sale de dentro” en forma de pensamiento, palabra, obra u omisión) sean
buenas, al tiempo que, en ese progreso del hombre interior, somos elevados
hacia Dios Altísimo, atravesando las capas inferiores que conforman las
realidades exteriores hasta la capa del Cielo (Ef 2 y Sab 4, que hemos citado
recurrentemente).
Retomando el hilo de lo que decíamos en la
nota final que cerraba el Libro 2 (“Razón y Espíritu”), es a partir del
momento en que la razón humana entiende lo que le corresponde y lo que no le
corresponde conocer (lo que está dentro y fuera de sus límites)[1] y comienza
a ocupar el lugar que le corresponde, que no es otro que “que sólo haya una
ocupación: el prestarle servicio a la Suprema Personalidad de Dios”[2]
en nosotros hasta que “el alma viviente se hace Espíritu Vivificante”
(1Cor 15:45), que el Hombre empieza a gozarse en Dios y en toda Su Sabiduría
derramada para nuestra felicidad (Jrm 7:22-23), abriéndose en él esa nueva vía
de conocimiento por la que “el corazón tiene razones que la razón ignora”.
Y ello porque, conociendo la razón humana sus propias competencias y
limitaciones (“el esclavo no sabe lo que hace su Señor), se hace
plenamente consciente de que no le ha sido dada la comprensión de lo Divino,
sino gozarse de los inmensos beneficios con que se prodiga el Espíritu Santo de
Dios Altísimo cuando, por fin, se le entrega el gobierno (trabajo) del Ser (Sal
103), pues sólo el Espíritu está cualificado para el entendimiento de la letra
de las Escrituras vivificadas por el Espíritu de Dios para el Espíritu en el
Hombre (no para la razón), dando “certidumbre, sentimiento, gozo, paz y
lágrimas de alegría”[3].
[1]
Y no corresponde a la razón humana la ciencia que distingue el bien y el mal
por falta de perspectiva universal: ver Lib 1, Cap 7:IV, en relación con Is 7:15-16, Gn 2:16-17 y Lc 6:37.
[2]
A.C. Bhaktivedanta Swami Prahbupada en “Bhagavad Gita tal como es”
(final de la Introducción).
[3] Psmt:
“Introducción, 4. Aprendizaje de cenizas”.