14.3 (II) Razón adversa y Razón propicia
II. Y, por lo mismo que sabe que
él mismo no podía alcanzar la comprensión de lo Divino desde la razón, tampoco
entra en combate con quienes, desde la razón, únicamente buscan confrontación y
no humildad de corazón y espíritu contrito para el entendimiento
espiritual (BG 18:67, Mc 4, Flp 119). Por eso, en la vía de conocimiento que,
desde el Espíritu, abre el Camino que lleva al Padre, a la adversidad la
llamamos Bendita Adversidad, pues, la primera adversidad (adverso o contrario)
no le es mostrada al discípulo, sino a su Maestro, no como maldición, sino como
bendición, de modo que éste no haya de entregarse en cuerpo y alma
(literalmente) a quien no muestra potencialidad para dar fruto, pues:
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“No hay amor mayor que el de quien da su
vida
(el tiempo dado) por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo
que os he mandado” (Jn 15:13-14, BG 14:26, 10:18, 7:30, 4:3).
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Pero “el Padre me ama porque Yo doy mi
vida y la tomo de nuevo. Nadie me la quita, sino que la doy Yo por mí
mismo. Tengo el poder de darla y el poder de volver a tomarla. Tal es el
mandato que recibí de mi Padre” (Jn 10:17-18), de modo que no pierda el
tiempo que me ha dado.
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Por eso, “no pienses que un ser integral
tiene la ambición de iluminar a los que no son conscientes o de elevar a las
personas mundanas al Reino de lo Divino … Su única preocupación es su propia
sinceridad” (HH 27).
Como decimos, Dios presenta la
adversidad (adverso, impedimento, contrario), en primer lugar, al “obrero de
la mies”, de modo que, para “sacar partido del tiempo dado, no como
necios, sino como sabios, entendiendo cuál es la voluntad del Señor” (Ef
5:15-17):
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demos la vida
durante todo el tiempo que sea necesario a quien puede recibirla, de
modo que, “si la casa es digna, que vuestra paz venga sobre ella” (Mt
10: 13), pues, “aquél que enseña esta recóndita doctrina a quienes sienten
amor por Mí, experimentando él a su vez un supremo amor, ése, en verdad, vendrá
a Mí, pues, entre los hombres no hay quien realice para mí una acción superior,
ni hay sobre la tierra hombre alguno que me sea más grato que ése” (BG
18:68-69), y así, “el segador recibe salario y recoge fruto para la vida
eterna, para que se alegren lo mismo el segador que el sembrador”;
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pero volviendo a tomarla, de modo que “si no
se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de esa casa o de esa
ciudad, sacudiendo el polvo de vuestros pies” (Mt 10:14), pues “estas
cosas nunca han de referirse a quien carece de autodisciplina, o carece de
amor, o prefiere no oír, o discute contra Mí” (BG 18:67).
Y es que “Dios guarda algunos
misterios secretos para sus enviados y profetas durante el tiempo que lo son.
Uno de ellos es el misterio del destino. Si el que invita a la Verdad, como un
enviado o un profeta, pudiese ver las inclinaciones de algunas personas a las
que está adoctrinando y supiese de antemano que su invitación era inútil,
quedaría perplejo e incapacitado para continuar su profecía como debe ser. El
misterio del destino se da a conocer a los profetas. Cuando ha terminado su
predicación se sabe quién es un defensor de la Verdad, quién es un creyente,
quién es un hipócrita y quién es una persona pura”[1].
“Hay algunos que ni quieren ni pueden;
otros, en cambio, que, aun queriendo, no obtienen provecho, pues no obraron;
[su deseo] les convierte en pecadores. Mas si no quieren, la justicia se les
ocultará en ambos casos; el deseo (la intención) es, de
nuevo (lo que cuenta), no el obrar” (Flp 64, BG 17:23-27). La intención
jamás puede esconderse por mucho tiempo, ni para el Maestro ni para el
discípulo, pues “nada hay oculto que no haya de ser revelado ni secreto que
no haya de saberse y ponerse en claro. Mirad, pues, cómo escucháis,
porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará aun lo que cree
que tiene” (Lc 8:17-18). Y esa intención pura se pone de manifiesto tanto
en quien escucha como en quien transmite cuando tanto lo que se enseña como lo
que se busca es que sólo hay un Maestro, que es Dios, porque sólo Dios es Bueno
(Mt 10:18), y que los demás sólo estamos para enseñar que Maestro sólo es Dios
y que hay un solo Camino que conduce a Su Sabiduría para el Hombre: “Admirable
es aquél que puede instruir acerca de él, y sabio es aquél en disposición de
ser instruido. Admirable es aquél que lo conoce cuando se le instruye. No
puede ser enseñado por quien no lo ha alcanzado, y no puede ser alcanzado
mediante el mucho pensar. El camino a Él es a través de un Maestro que lo haya
visto: Él es más elevado que los pensamientos más elevados; en verdad se halla
por encima de todo pensamiento. Este conocimiento sagrado no se alcanza
mediante el razonamiento, mas puede ser transmitido por un Maestro
verdadero. Como tu propósito es firme, lo has encontrado. ¡Séame dado
hallar otro alumno como tú!” (Katha Up).