14.2 (II) Razón adversa y Razón propicia
II. Así, el propio Immanuel
Kant, ya desde la primera de las obras con las que comienza ese todo unitario
conformado no sólo por la “trilogía crítica”, sino por todos aquellos tratados
que se van añadiendo a la primera crítica hasta culminar en “La Metafísica
de las Costumbres”, nos advierte de lo siguiente:
-
Que la Crítica de la Razón Pura no es
una doctrina, sino una ciencia especial que permite a la razón[1]:
o
conocerse a sí misma, descubriéndole lo que ya
sabía, pero le estaba oculto por falta de ejercicio consciente, laborioso y
honesto de autoconocimiento: sus competencias, sus inclinaciones y sus límites
como razón “pura” (en el sentido de “originaria”) humana, esto es, “el
compendio de principios de acuerdo con los cuales se pueden adquirir y lograr
realmente todos los conocimientos puros a priori” (anteriores a la
experiencia).
o
y
conocer, en consecuencia -pues no le es posible sin ese autoconocimiento
previo-, cómo conoce desde sí misma lo que está fuera de sí misma (sus
competencias y sus límites), esto es, no las cosas mismas (noúmeno),
sino cómo éstas afectan a sus sentidos (fenómeno).
-
Que, como ciencia especial (y no doctrina),
“crítica” es el análisis meticuloso y profundo, “al microscopio”, que no deja
nada sin investigar acerca del objeto de su investigación (la razón humana) “por
muy oculto que ello estuviese”, y que en ello ha consistido su labor, pero
que “después, queda al arbitrio de cada uno hasta dónde quiere llevar sus
investigaciones, una vez ha sido indicado cuáles han de emprenderse todavía,
pues esto es lo que puede, en justicia, esperarse de quien se ha impuesto la
tarea de mensurar todo este campo para luego legárselo a otros para que lo
cultiven en el futuro y para que lo repartan como les parezca mejor”, pues,
“semejantes principios generales y, sin embargo, determinados, no los
aprende uno fácilmente de otros, a quienes se les hayan presentado sólo de un
modo oscuro. Uno mismo tiene que haber llegado a ellos previamente por la
propia reflexión, y después los encuentra también en otras partes, donde
seguramente no los habría hallado al comienzo, pues los autores mismos no
sabían siquiera que una idea tal estaba en la base de sus propias
observaciones”[2].
Y, así, cuando uno acomete este
ejercicio con verdadera vocación de conocer la Verdad en lo íntimo del Ser
de la que tanto hemos hablado en estas publicaciones y de la que el tan citado
Sal 51 dice que es el lugar en que Dios nos enseña Su Sabiduría, comprende que
es, precisamente, dentro de los límites de la razón humana donde reside la
facultad de ejercicio del libre albedrío para el ser o no-ser del alma; libre
albedrío que consiste en elegir, consciente o inconscientemente, continuar
frustrando los planes de Dios para con el hombre (Lc 7:30, BG 16:5, Tao 24) o,
conscientemente, escuchar y hacer lo que nos dice “en Espíritu y en Verdad”
(Lc 6:46-49, Jn 4:23-25) sin cuestionarlo ni tan siquiera en todas aquellas
cosas que aún no podemos entender como discípulos de la Gracia, de modo que “el
discípulo no es superior a su Maestro, pero el que fuere perfeccionado, será
como su Maestro” (Lc 6:40)[3].
[1]
CRP: “Introducción. VII: Idea y división de una ciencia especial con
el nombre de crítica de la razón pura”, Prolg: “Segunda parte de
la principal cuestión trascendental: ¿Cómo es posible la ciencia pura de la
naturaleza?” y “Cuestión general de los Prolegómenos: ¿es, en general,
posible la metafísica?”: “… ascender hasta las fuentes, que no se
conocen todavía, y cuyo descubrimiento no sólo nos explicará lo que ya se
sabía, sino que nos mostrará a la vez una extensión de muchos conocimientos que
surgen de las mismas fuentes”.
[2]
Prolg: “Conclusión: de la determinación de los límites de la razón
pura” y “Advertencia preliminar acerca de lo peculiar de todo
conocimiento metafísico”.
[3] Ver Lib
2, Cap 12.3:III y Nota Preliminar: “Yo voy al Padre”.