13.3 (I) En Espíritu y en Verdad
I. Nada de lo que venimos
exponiendo desde la primera página de estas publicaciones constituye una
creencia, sino una certeza. Que no lo creas no tiene nada que ver con que no
sea cierto. Tal y como ocurre con las fuerzas de la naturaleza que el hombre ha
ido descubriendo a través de la ciencia (electromagnetismo, gravedad, fuerza
nuclear débil y fuerza nuclear fuerte), la creencia o incredulidad acerca de
las mismas nada tiene que ver con la certeza de su existencia antes de ser
descubiertas por el hombre.
Pero también es una certeza que, el
hecho de no creerlo, no descubrirlo o no conocerlo, te impide ser beneficiario
de la grandeza de Sus infinitas bendiciones, pues, al igual que ocurre con los
beneficios que otorga al hombre el progreso de sus descubrimientos en el campo
de la ciencia, de las artes, de la literatura, de la filosofía, de la
nutrición, de la medicina, … el progreso
del hombre interior le hace igualmente beneficiario de las bendiciones de las
que, por su ignorancia, se veía privado antes de su conocimiento.
Sin embargo, a diferencia del proceso
“ensayo y error” que necesita la ciencia para su correcto progreso (el método
empírico científico), de manera que un descubrimiento es siempre temporal y,
aunque provisionalmente nos resulta de utilidad para dar el siguiente paso
durante la vigencia de su validez, queda deslegitimado con el descubrimiento
siguiente, las Verdades que provienen de la Sabiduría de Dios para el Hombre
son siempre inmutables por imperecederas y eternas: “al principio existía el
Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el
principio con Dios. Todo fue hecho por Él, y sin Él nada se hizo” (Jn
1:1-3); “en Verdad, en Verdad os digo que antes de que naciera Abraham,
existo Yo” (Jn 8:57), y su certeza es completamente independiente de
quienes en ellas crean o no crean.