12.3 (II) El Fin y los Medios

 


   II. Y, así, ambas, causa y causalidad, tienen, cada una de ellas, su Fin y sus Medios: (1) el conocimiento de Dios Altísimo es medio para la prosperabilidad de la causa (progreso del hombre interior en el fin buscado) cuando ésta es servir a la Suprema Personalidad de Dios en nosotros mismos, y (2) la inmanencia (realidad física que nos envuelve) y la calidad de nuestras acciones son medio para la comprobación del estado y dirección de la causa y  cubrir nuestras necesidades y liberarnos de las pre-ocupaciones materiales (presupuestos de prosperabilidad de ese conocimiento de Dios).

   No estamos en este mundo para hacer buenas obras y “cambiar el mundo” como medio para acercarnos a Dios, sino para acercarnos a Dios de modo que nuestras obras sean buenas. El mundo es “el gimnasio del alma”. Siempre lo ha sido y siempre lo será (Mc 14:7). Estamos aquí con el fin de buscar a Dios y, así, ser consumados en la Unidad, dejando atrás este mundo (Ap 12:12, BG 16:64-66, Sab 4:10-17).

   Todo es Reino de Dios. Absolutamente todo. Tanto en la capa del Cielo como en todas las capas que se encuentran por debajo de la capa del Cielo. “El sabio no tiene una mente rígida; es consciente de las necesidades de los demás. A los buenos trata con bondad. A los malos también trata con bondad, porque la naturaleza de su ser es buena. Es amable con los amables. También es amable con los que no lo son, porque la naturaleza de su ser es amable. Es fiel con los fieles. También es fiel con los infieles. El sabio vive en armonía con todo lo que está bajo la capa del Cielo. Ve todas las cosas como si fueran él mismo; ama a todos como a su propio hijo. Atrae a todas las personas. Se comporta como un niño pequeño” (Tao 49), porque sabe que todo es Reino de Dios. “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, absolved y seréis absueltos, dad y se os dará” (Lc 6:37-38). Así son los medios para el fin y la causalidad para la causa.

   Todo es perfectamente perfecto para los perfectos (capa del Cielo) y perfectamente imperfecto para los imperfectos (por debajo de la capa del Cielo), pero siempre en una correspondencia perfecta entre causa y causalidad y entre fines y medios de cada una de ellas. El traje perfecto que el sastre confecciona para Cuasimodo no puede ser el mismo traje perfecto que confecciona para Cary Grant. Son las hechuras de Cuasimodo y de Cary Grant las que llevan al sastre a confeccionar el traje perfectamente perfecto o perfectamente imperfecto. Y, así, al ver Cuasimodo su traje, y anhelando el de Cary Grant, puede ver en su traje a medida su propia contrahechura. Y es así como nosotros, anhelando la causalidad descrita en el Sal 23 y  la causa descrita en Lc 6, podemos entender, al ver nuestro traje colgado frente a nosotros y la calidad de nuestras acciones, cuánto necesitamos el Sal 51 y el estado y dirección descrito en Mt 6, de modo que el Sastre nos confeccione trajes cada vez más perfectamente perfectos “a medida” que avanza el progreso en la perfección del hombre interior.

   Lo que se describe en los Sal 91 ó 16 es, precisamente, esa correspondencia perfecta en la sucesión de estados entre Mt 6 y Lc 6 ó Sal 51 y Sal 23: que no es lo que viene de fuera (el traje) lo que limpia o mancha, sino lo que sale de dentro (el Espíritu en el hombre) lo que vivifica o mortifica lo que está fuera (Mc 7:14-23, HH 37).




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