7 (IV) La Gracia: Causalidad de la Causa de lo Eternamente Eterno

 


   IV. Quienes han conocido la Dicha Suprema de la Vida en la Gracia, entienden cuán muertos estaban antes y cuán muertos están los que no han alcanzado la dicha de la Gracia. Y por eso, ese imperativo categórico por el que el hombre, queriendo salir por él mismo del laberinto de la Ley, se imponía a sí mismo y pretendía imponer a los demás como Ley universal que él consideraba buena, deja de tener sentido, pues ha visto que ni tan siquiera era capaz de entender esa regla de oro que es la Ley y los profetas y que Jesucristo expresó como “hacer y tratar a los demás como quisiéramos que nos hicieran y trataran a nosotros” (Mt 7:12), pues, durante el curso de su vida en la Ley, nunca supo lo quería para sí (Rom 8:26-27). Antes de SER VIVIDO POR DIOS, el hombre bienintencionado busca por sí mismo el sentido y propósito de su existencia, devanándose los sesos para distinguir el bien del mal desde su corta perspectiva humana, sin tan siquiera llegar a comprender cómo hacer y tratar a los demás como quisiéramos que nos hicieran y trataran a nosotros, porque, simplemente, no hemos sabido cómo quisiéramos que nos trataran a nosotros al haber transcurrido nuestra existencia perdida en los laberintos de la Ley.

   Incluso la definición del imperativo categórico del Enmanuel que “comerá cuajada y miel hasta que sepa rechazar el mal y elegir el bien” (Is 7:15) en su triple formulación de “obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal; obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza; u obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”[1], se desmorona “pues antes que el niño sepa rechazar el mal y elegir el bien, será devastado el país, cuyos dos reyes te amedrantan” (Is 7:16), y ello porque “aquello que debe ser moralmente bueno, no basta con que sea conforme a la ley moral, sino que también ha de suceder por mor de la misma”[2] (causalidad de la causa) y el hombre no puede ser universalmente bueno por sí mismo, simplemente por falta de perspectiva universal. “Bueno sólo es Dios” (Mc 10:18) y sólo Él puede ser universalmente bueno y causalidad y causa de lo moralmente bueno, pues nada existe fuera de Dios, “en Él vivimos, nos movemos y existimos” y, por lo tanto, sólo Dios es y puede ser el Perfecto Optimizador de todos los recursos de Sí Mismo.

   Nada es comparable a la experiencia de SER VIVIDO POR DIOS. No solamente nada es comparable, sino que la experiencia de SER VIVIDO POR DIOS es del todo indescriptible: “mis propias palabras no son la medicina, sino una receta; no un destino, sino un mapa para que lo alcances” (HH30); “el Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. El Reino de los Cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, va y vende todo lo que tenía y la compra” (Mt 13:44-46).



[1] FMC: Segundo Capítulo – “Tránsito de la filosofía moral popular a una metafísica de las costumbres”.

[2] FMC: “Prólogo”.



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