3 (II y III) Arqueología, Geometría y Metafísica del Ser
II y III. Geometría y Metafísica del Ser: y,
en esa triple dimensión, llamo Geometría del Ser y Metafísica
del Ser, respectivamente, a la experiencia posible de una existencia en
plenitud -antes prisionera de creencias impuestas desde fuera mediante “prescripciones
y enseñanzas de hombres, que tienen cierta apariencia de Sabiduría” (Col
2:23), pero que son expresión del lenguaje del mundo de lo perecedero- que
ahora se abre no como creencia, sino como certeza (realidad posible dentro del
infinito abanico de realidades posibles) de un universo infinito que, a través
de la compresión del lenguaje de lo eterno, se transforma en Amor de manera
perfectamente perceptible por el entendimiento a medida que progresa ese
trabajo interior: el conocimiento y entendimiento de quién es cada uno de
nosotros en el mundo y en Dios.
Y éste es el trabajo de Dios en nosotros (Jn 5:17 y
6:29), no el nuestro, pues para el hombre esto es imposible (Mc 10:27 y 12:24).
Nuestro trabajo, como digo, es conocer a Dios en nuestro interior a través de
las Escrituras y de la meditación y oración, de modo que, viviendo conforme a
Su Enseñanza, Él hace de nosotros seres capaces de ver Su Poder en la
transformación de las propiedades de todo lo que nos rodea (Sab 19:18) a
través de la sustitución de nuestra propia naturaleza corrompida, devolviéndola
a la Razón Pura (Ef 2:1-2 y 12-13) y favoreciendo que nosotros mismos seamos
instrumentos de Su Gracia (BG 11:44 y 14:26), de modo que "todas
las cosas cooperan al bien de los que aman a Dios" (Rom 8:28) y,
en ellos, “su propia existencia beneficia a todas las cosas” (HH15) y “son
bendecidas todas las gentes” (Gal 3:8).
Esto es la contemplación en la Dicha Suprema de la Obra
de Dios en la Geometría y la Metafísica del Ser. No la nuestra, sino la que se
nos da por añadidura como fruto de nuestro trabajo en la Arqueología del Ser,
haciéndose Dios infinitamente causa de Sí Mismo (interior) en la evolución de
la causalidad de nuestro Ser universal (continuo espacio-tiempo): un estado del
Ser (“el estado soy yo”) que nos convierte en testigos privilegiados de
nuestra propia existencia (BG 9:9-10, Tao 6) en la Dicha Suprema de una vida en
la que, como una espiral ascendente e infinita, “el Reino de Dios es como un
hombre que echa la semilla en tierra; duerme y despierta noche y día, y la
semilla germina, y crece sin que él sepa cómo …/… como el grano de mostaza que,
cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las semillas; pero
después de sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas, y echa
ramas tan grandes que las aves del cielo pueden cobijarse en su sombra” (Mc
4:26-32).
Y desde aquí puede entenderse todo lo expuesto en los
capítulos anteriores: los lenguajes del alma y del mundo son distintos y tan
contrarios y opuestos entre sí como la Verdad que hace Libre y la mentira que
hace esclavos. Las expresiones “quien se conoce a sí mismo, conoce a su
Señor”, “he conocido a mi Señor por mi Señor”, “invoqué al Señor,
Padre de mi Señor”, “dijo el Señor a mi Señor”, … son todas ellas
máximas de Sabiduría Divina que han guiado la existencia de quienes han llegado
a entender que “el esclavo no sabe lo que hace su Señor” (Jn 15:15) y
que, precisamente, por no haber querido conocerlo en la Verdad en lo íntimo del
Ser, es esclavo de sus “circunstancias”, mientras que quien trabaja en la
Arqueología del Ser valiéndose de la Palabra Sagrada -que habla el lenguaje del
alma y no el del mundo-, llega a comprender que “El Padre es mayor que
yo"(Jn 14:28), pero “YOSOY en el Padre y el Padre en mí” (Jn
14:11), pues, “el Padre y yo somos una misma cosa” (Jn 10:30), y “el
que cree en mí, hará las obras que yo hago y las hará aún mayores que éstas”
(Jn 14:12).
“Para buscar a Dios es mejor buscarle en nuestro interior, porque se le halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas …/… Es excelente meditación pensar en Dios dentro de sí, porque se funda sobre Verdad que es estar Dios dentro de nosotros mismos”, que diría Teresa de Jesús en sus “Moradas” o “Castillo Interior”, “porque es Dios el que percibe y entiende cuando lo buscamos dentro y no fuera”, que diría Agustín de Hipona en sus “Confesiones”, en identidad de Espíritu con Isaías, los Upanishads, el Tao Te Ching o el Bhagavad Guita, y, entonces, “Dios se hace todo en todo” (1Cor 15:8) y al Hijo nada le falta, su copa rebosa y vive envuelto en Dicha y Gracia (Sal 23).